El pasado 15 de agosto llegó a las salas de cine la novena y, según dice él, penúltima película del reconocido director Quentin Tarantino, Once upon a time in Hollywood, un filme que ha generado una vasta cantidad de comentarios y puntos de desencuentro, de manera curiosa, más entre sus propios seguidores, fieles a su obra marcada y característica, que entre aquellos que denostan de las películas del estadounidense, claramente violentas y extravagantes, tildadas de ser muy prolijas en la forma narrativa visual, pero carentes de un sentido ulterior al espectáculo desarrollado en la pantalla.
Tarantino, en 27 años de actividad, y con tan solo nueve películas, ha logrado concretar una carrera sólida, pese a las constantes críticas por su supuesta tendencia a la misoginia y el machismo, con producciones que demuestran un entendimiento claro del arte de narrar para el cine. En esta ocasión, su reciente estreno se presenta como un ejemplo de la madurez narrativa que ha logrado el estadounidense, pues presenta un filme que exige al espectador a cambiar los paradigmas que pensaba que el director le había establecido, ofreciendo una película que logra reconfigurar las formas mismas del director.
Once upon a time in Hollywood no es, a todas luces, una historia violenta tradicional del director. Es, mejor, una oda al amor por el séptimo arte, por una época en particular del cine y lo que implicó para la transformación de la industria a partir de la década de los años 70. Esto queda claro por la decisión del realizador de situar la historia en 1969, año preludio a lo que serían 10 años determinantes. Además, tal decisión le permitió a Tarantino ofrecer un homenaje a la actriz Sharon Tate, quien vio su carrera mutilada en un azar funesto de la vida el 9 de agosto de ese año, día en la que termina la película de manera casi majestuosa.
Con cerca de dos horas 40 de duración, la película logra construir de forma correcta a los tres personajes que jalan la narración: Rick Dalton (Leonado Di Caprio), un actor reconocido de la, industria televisiva de los años 50 que ve su carrera venida a menos; Cliff Booth (Brad Pitt), el doble de acción, mejor amigo y hombre de los mandados de Dalton; y la inocente y dulce Sharon Tate (Margot Robbie). Este es, no quepa duda, uno de los puntos fuertes del filme, que se sustenta en sus personajes más que en sus situaciones, haciendo que el espectador conecte con sus conflictos, sus acciones, sus progresiones y sus posibilidades. Sumado a la maestría de Tarantino para elaborar a estos personajes, es necesario reconocer la genialidad de los tres actores, que saben deslumbrar en cada minuto de metraje en el que aparecen.
Es necesario por supuesto aclarar que, aquellos que esperan un ritmo vertiginoso se verán quizá decepcionados (como ha sucedido con muchos seguidores del director) debido a la lentitud de la película en muchos momentos. No obstante, antes de convertirse en un punto flojo, este aspecto enriquece la narración planteada; la película requiere de esa cocción lenta que plantea Tarantino. La requiere y la sabe utilizar para lograr un producto sólido que, pese a su pausa, ofrece una retahíla de momentos intensos, divertidos, carismáticos y muy emotivos y emocionantes que hacen de esta una película absolutamente enriquecida por un director desatado y consciente.
Cerca del final de su carrera, Tarantino ha decido (o así parece) agregar a su narrativa nuevos aspectos, sin renunciar a ofrecer los elementos que lo han caracterizado (el gran momento de violencia del filme es quizá magistral). En esta película, el cineasta logra darse a sí mismo matices novedosos en su quehacer, y se exalta como un realizador capaz de transformar su narrativa sin perder calidad o caer en facilismos. No pretende dar gusto a aquellos que lo encuentran en sus filmes. Esta es, creemos, una película para Tarantino.
Por Juan Pablo Pineda