Nos tenemos que esforzar más: dislexia y ciudad

Cuando sueño con una Medellín incluyente de todos los niños y niñas, no puedo dejar de lado pensar en aquellos que padecen con el sistema educativo, pues no logran objetivos, reciben valoraciones negativas y lo más importante, no aprenden. He encontrado respuestas sencillas para entender qué podría hacer que una gran mayoría de niños y niñas puedan permanecer, adaptarse, y aprovechar el entorno donde corresponden, el escolar. Los niños y niñas deberían poder ser felices, sentirse tranquilos, seguros y confiados en sus colegios, tanto que sus cerebros no deberían tener otra opción más que aprender.

Sin embargo, esta no es la realidad más popular, y esta falla se debe, en gran medida, a que tenemos un serio problema con la enseñanza de la lectura. Leer, poder decodificar el lenguaje con el que aprendemos, es una habilidad pasada por alto en cuanto a actualización profesional, y enseñanza de metodologías basadas en evidencia; aun cuando es la forma que hemos elegido para compartir lo que sabemos y la habilidad que más exigimos a los niños y niñas en los entornos académicos. Es con lo que medimos sus habilidades como evaluaciones, pruebas estandarizadas, y es además un indicador global de la calidad de la educación como son las pruebas PISA, donde 50% de los estudiantes según datos del ministerio de educación de Colombia, no alcanza el nivel básico esperado. En esta disociación radica nuestro problema, y a esto, sumémosle la dislexia, una realidad no tan menor que tampoco recibe la atención que merece.

Deshagamos primero el problema
Existe un vínculo en la forma en la que seguimos enseñando a leer, atravesada por prácticas poco eficientes cuyas consecuencias son mucho mayores de lo que somos conscientes. Por ejemplo, seguimos aprendiendo a leer memorizando palabras, haciendo dictados para escribir de memoria, se corrige la ortografía sin explicar la relación entre la letra y el sonido, hacer planas, o intentar leer las palabras completas por memoria. Estas prácticas se interponen en el desarrollo adecuado de la lectura con un componente peligroso, y es la falsa creencia de que como sociedad estamos “leyendo”.

“El 4% de los colegios de estados unidos tamizan a todos sus estudiantes para identificar la dislexia o las dificultades de lectura”.

Porque vemos que un porcentaje (pequeño) de estudiantes lograron memorizar todas esas palabras, pero no necesariamente comprenden lo que leen y se limitan al número de palabras que pueden memorizar. Sin embargo, se sigue pensando que el problema no es del que enseña, del que aplica las herramientas educativas, incluso del que las escoge, sino que los niños “se tienen que esforzar más”.

La dislexia
Existen cerebros que no aprenden de manera tan eficiente a decodificar las letras y palabras, por una organización neurológica diferente, los cerebros disléxicos. Hoy sabemos tanto de la dislexia, que tendríamos todo para que fuera mejor atendida como el problema social que es, pero también para aprovechar su potencial, al tener muchas habilidades asociadas necesarias para los entornos laborales actuales. Sabemos por ejemplo que hay cúmulos de neuronas que durante el embarazo no migran a
las áreas especializadas para la lectura; a nivel genético sabemos que el 50% de los hermanos de un niño o niña disléxico, probablemente desarrollará este trastorno, -que nada tiene que ver con la inteligencia-. Se puede además identificar desde temprano con la adquisición del lenguaje, que en ocasiones se demora más. Y frente a esto, podríamos actuar a tiempo.

“Se cree que el hasta el 50% de la poblacion de presos de Estados Unidos y del Reino Unido tienen un diagnostico de dislexia que no fue identificado en el colegio”.

Sabemos además que con el trastorno por déficit de atención, son las dos realidades más prevalentes en el entorno escolar. Los cerebros disléxicos entonces, no sólo no se benefician de las formas tradicionales de enseñanza de la lectura, sino que estas hacen que se pierda tiempo muy valioso en períodos sensibles del desarrollo de la lectura, generando frustración, malestar para aprender, problemas emocionales y de estima, que impiden el aprendizaje general de las cosas, derivando en deserción escolar, dificultades en salud mental, y más probabilidades de uso de sustancias y delincuencia. El esfuerzo para la modificación cerebral en estados tempranos, es mucho menor y con mayor eficiencia, que cuando lo hacemos más adelante, por eso la identificación temprana es crucial.


¿Qué hacemos entonces?

Gracias a las imágenes cerebrales a las que tenemos cada vez más acceso, se ha podido ver cómo el cerebro se modifica cuando se estimula de la forma adecuada la lectura. La información que se ha obtenido de investigación llevada al aula como estrategias eficientes para aprender a leer, a esto lo llamamos la ciencia de la lectura. Esta tiene un objetivo amplio, enseñar cómo automatizar la lectura a un nivel donde pueda servir para aprender cualquier cosa por demanda o por deseo. ¿Cómo aprendemos a leer? Nuestra lengua tiene una estructura en la que cada letra (grafema), tiene un sonido correspondiente (fonema). Es decir que juntando los sonidos de las letras M y A, puedo leer “ma”.

De esta manera, a través del sonido de cada una de esas formas, podemos decodificar hasta el 95% de nuestro lenguaje escrito (leer). Este proceso se da luego de que nuestro cerebro especializó el lenguaje: donde de manera biológica, dentro de nuestras posibilidades neurológicas, hablar se da por el simple hecho de estar en un entorno humano; no somos conscientes de cómo hacer para hablar, simplemente lo vamos haciendo. Con la lectura no ocurre lo mismo, y es aquí donde nuestro cerebro necesita la intervención adecuada para que pueda poner este proceso lingüístico al servicio de la lectura. Debemos hacernos conscientes de cómo suenan las letras, los conjuntos de letras, y asociarlos a un código visual. A esto le llamamos conciencia fonológica, competencia fundamental para la lectura.

Cuando llega la instrucción adecuada, hacemos un reciclaje en el hemisferio izquierdo de nuestro cerebro, donde en la zona de reconocimiento visual de las palabras, o la caja de letras, se va interconectando en la medida en que vamos reconociendo más letras, sílabas y palabras, a través de la práctica de la lectura. Esperamos entonces que con explicar a los niños y niñas a través de juegos, ejercicios, canciones, rimas, la relación entre los sonidos y las formas de las letras, se vuelvan con mucha práctica, en decodificadores expertos, permitiéndoles leer.

Un dato impresionante es la relación que existe entre un lector exitoso, y el número de libros que hay en su casa, siendo el acceso a estos elementos, un objetivo primordial en nuestros entornos escolares y de ciudad. Porque sí, esta debería ser una prioridad, tanto en las familias, como en las ciudades, que deben pensarse para ofrecer, de una manera articulada, espacios, herramientas y programas para crear sociedades que saben leer. Debemos ser conscientes de que la responsabilidad de mejorar la lectura como sociedad, no sólo es la responsabilidad del maestro, pues en realidad esto tiene un componente más
público. Debemos socializar y democratizar tanto este conocimiento, que cualquier familia pueda saber cómo apoyar el proceso en casa, que los maestros tengan acceso a información basada en evidencia, transformen sus creencias con un adecuado entrenamiento que les ayude a potenciar estas generaciones de lectores y les facilite el trabajo, impactando más vidas y nuestro sistema educativo total. Así que
sí, nos tenemos que esforzar más.

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