El mito de la felicidad: aceptando la complejidad o simplicidad de la experiencia humana

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En nuestra búsqueda implacable de la felicidad, hemos construido un mito que nos persigue a cada paso: la idea de que la vida debe ser un constante estado de alegría, tranquilidad y satisfacción. Sin embargo, al aferrarnos a esta ilusión, hemos desarrollado una intolerancia hacia cualquier emoción, pensamiento o situación que consideramos “negativos”.

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El miedo a sentirnos mal por tener emociones o pensamientos que no encajan en la categoría de “positivos”, la cultura extrema del wellness (bienestar), nos lleva a una lucha interna constante. Nos esforzamos por ocultar nuestras dudas, nuestras preocupaciones, nuestra tristeza, como si fueran una vergüenza que debemos esconder a toda costa. Como si no estar alineados con toda la oferta que existe para sentirnos bien, ser felices, no tener ansiedad, no sentir miedo, no estar preocupados, fuera un error que estuviéramos cometiendo, porque nos falta un retiro espiritual más o una estrategia que nos aleje de eso “malo”.

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Este paradigma de la felicidad constante se asemeja al deseo de controlar el clima. Nos empeñamos en mantener el sol brillando todo el tiempo, sin detenernos a considerar la riqueza que la lluvia, el viento o la nieve y cómo podemos no solo disfrutarlos, sino que si el sol no está brillando como queremos, hay algo malo en nosotros y debemos modificarlo; no, así como el clima, o tenemos ningún control sobre la naturaleza compleja y simple de la vida, que es experimentar sentimientos, pensamientos y situaciones que no nos gustan todos los días, para todas las personas.

La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), que usamos en algunos casos en Growth, nos desafía a cuestionar este mito de la felicidad constante. Nos invita a abrazar la complejidad de la experiencia humana, reconociendo que la vida está llena de altibajos, luces y sombras, y que todas estas facetas son igualmente válidas y enriquecedoras.

En el corazón de la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) se encuentra el desarrollo de valores y la práctica del Do what it takes (haz lo que sea necesario).

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Esta metodología propone que la vida “feliz”, no está vinculada exclusivamente a la ausencia de dolor o dificultades. En su lugar, propone identificar lo que le da valor a nuestra vida, como le explico a mis pacientes adolescentes: “Te acuestas por la noche y dices, hoy fui la persona que quiero ser”. Aquellos valores guían nuestras acciones y nos dan un sentido de propósito y dirección en la vida. Estos valores incluyen áreas como las relaciones interpersonales, el crecimiento personal, la educación, el ocio, entre otros. Una vez que hemos identificado nuestros valores, el enfoque se desplaza hacia el compromiso activo de vivir de acuerdo con ellos, independientemente de las circunstancias externas o las emociones internas que podamos experimentar. El concepto de Do what it takes implica tomar las acciones necesarias para avanzar hacia nuestros valores, incluso cuando enfrentamos obstáculos, dudas o incomodidades. Esto puede implicar enfrentar el miedo, aceptar la incertidumbre o hacer frente a las emociones difíciles que surgen en el camino.

En última instancia, se trata de elegir el crecimiento y la conexión con lo que realmente importa en lugar de sucumbir al impulso de evitar el malestar a toda costa, (rasgo de nuestra población, que ha entendido el enfoque de salud mental desde otro lugar). En este sentido, ACT nos invita a vivir una vida auténtica y significativa, donde el valor y el propósito superan con creces el deseo de comodidad, seguridad momentánea o evitación del malestar.

Es hora de desmitificar la búsqueda obsesiva de la felicidad y empezar a celebrar la complejidad de la experiencia humana. Es hora de reconocer que la verdadera felicidad no reside en la ausencia de dificultades, sino en nuestra capacidad para abrazarlas y elegir lo que queremos ser, en lugar de una obsesiva fijación en cómo nos sentimos.

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