¿Un parque público sin papeleras? A lo mejor es una manera de empezar a responsabilizarnos de nuestra propia basura. Hacer algo por la ciudad, en vez de esperar a que lo hagan otros.
Les tengo que confesar algo: la nueva etapa del parque de La Frontera me tiene enamorado. Y cuando uno está enamorado se lo quiere contar al mundo. ¡Esos son los parques que tiene que tener nuestra ciudad! ¡Esos pulmones! ¡Esos lugares para la fauna, las flora y la funga! (Y pensar que casi perdemos una parte por lo que iba a ser una tienda de [¡más!] carros.)
Mis perritas son felices jugando con otras mascotas. La gente se sienta, se toma fotos, lee, conversa. Los niños juegan. Las aves cantan. Las mariposas revolotean por los hermosos jardines. Los senderos son bonitos, los materiales y diseños son de buen gusto, respetaron los árboles más hermosos y sembraron nuevos. La conexión con la etapa anterior (que también es hermosa) está bien pensada. Al monte que quedó atrás lo han respetado. Y escucharon las ideas de los vecinos. ¡Mejor dicho!
Por algún tiempo, recién inaugurada, la nueva etapa no tuvo papeleras. Yo, la verdad, pensaba que era una acción deliberada, un intento de la administración por decirles a los ciudadanos que la basura es su responsabilidad: “Lo que traiga al parque, vuélvaselo a llevar”. Ya es suficiente con el trabajo y los costos que implica tener que pasar por cada cuadra de la ciudad a recoger la basura para después llevarla a un hueco a 60 km al norte. Claro que se veían basuras por ahí; siempre habrá personas maleducadas. Pero yo, ingenuamente, soñaba con que la gente aprendiera, que no tuviera el incentivo de esperar que otros se encarguen de sus desperdicios. Que, al no ver papelera, se metiera la basura al bolsillo hasta que pudiera deshacerse de ella responsablemente.
Un día a alguien se le ocurrió colgar una bolsa negra de basura en un postecito por ahí. Se llenó rápidamente de basura. Se desbordaba (porque si no cabe, pues la dejan por fuera). Después llegaron las basureras, las cuales sufren el mismo destino de desbordarse y ser adornadas a su alrededor con todo tipo de empaques, envolturas, bolsas con excremento de mascotas, etc.
Hace algunos años visité Tokio. Muchas cosas me sorprendieron de ese viaje. Una de ellas fue que no había papeleras en las calles. Otra, que no se podía fumar en la calle. No había basura, incluyendo colillas de cigarrillo. Sé que las papeleras existieron, y sé que se retiraron por un motivo no tan ideal (ahí les dejo la tarea). Sin embargo, los tokiotas aprendieron a vivir sin ellas. ¡La ciudad ya tiene tanto de qué preocuparse! Nadie le está diciendo que no la recogerán en su casa. Pero la energía y el dinero que se ahorra la administración al no tener que recogerla también en las calles no deben ser despreciables.
¿Cuándo empezaremos a hacer algo por la ciudad, en vez de esperar a que lo hagan otros? ¿A darnos cuenta del terrible daño que le hacemos a la naturaleza (que es hacérnoslo a nosotros mismos)? Yo sigo soñando con una ciudad con verdaderos ciudadanos. Y me parece que el parque de La Frontera es un buen lugar para hacerlo.