Juan Manuel Echavarría, escritor, fotógrafo, cineasta pero, por sobre todo, artista
La de Juan Manuel Echavarría ha sido una obra que investiga, narra y no olvida la violencia de Colombia. Como escritor publicó La Gran Catarata (1981) y Moros en la Costa (1991), pero en ellos la violencia colombiana no fue su tema central. La necesidad de no darle la espalda a una realidad ininterrumpida en el país, le llegó en el umbral de sus 50 años cuando empezó a hacer fotografía. Caminaba por un barrio marginado de Bogotá y de pronto vio unos maniquíes de rostros rotos que sobre una acera exhibían la ropa de un almacén. “Parecían civiles que llegaban de la guerra”, recuerda Juan Manuel. Pero lo que más le inquietó fue que la gente pasaba, miraba los vestidos y preguntaba los precios, pero no miraba esos rostros. Entonces pensó: “Este he sido yo con la violencia de mi país, como muchos que pasan por las aceras y no se detienen a ver los rostros de los maniquíes”. Visitó aquel lugar varias veces y fotografió aquellas caras mutiladas y desgastadas para dar origen a su obra de 1996: Retratos.
Métaforas del horror
Y cómo eludir lo que vivió desde niño. Se lo contó su madre que ahora tiene 98 años: “Juan Manuel, si desde que usted nació (1947) en este país no ha habido sino violencia”. Llegan a su memoria los recuerdos de la guerra bipartidista, de las bombas, de Pablo Escobar y de lo que sufrió Medellín, la ciudad donde nació y creció. Como artista quiere enfrentar el horror a través de metáforas y desde una mirada indirecta que sensibilice y permita abrir espacios de conciencia, porque según dice, sería incapaz de mostrar las imágenes crudas y directas como aparecen en los periódicos.
“Testigos”, fotografía Juan Manuel Echavarría
Siempre le ha impresionado el hecho de que un cuerpo sea cortado. En la obra fotográfica Corte de Florero (1991) ya se había remitido al modus operandi de desmembramiento de los perpetradores de la guerra bipartidista, como los cortes de franela, de corbata y de florero, y luego en Bocas de ceniza (1999) evoca formas de mutilaciones más recientes, preguntándose si la gente las recuerda.
Réquiem NN, resistencia por los muertos sin nombre
Su producción más reciente es Réquiem NN, una película a la que no denomina documental por tener una mirada artística. Sin embargo, envuelta en poesía e historias documenta de una manera fiel y humana la realidad del municipio de Puerto Berrío, Antioquia. Su historia la contó a partir de un ritual que practican sus habitantes desde hace más de treinta años como resistencia a la violencia y a la desaparición forzada en manos de los paramilitares y guerrilleros en esa zona del Magdalena Medio. Las profundidades del río Magdalena son la fosa común de muchas víctimas, pero en Puerto Berrío, cientos de cuerpos o sus pedazos fueron rescatados. Una vez en el cementerio, a esas víctimas NN (Ningún Nombre), las personas las adoptan, les hacen tumbas y las decoran, les llevan ofrendas y hasta les dan sus propios nombres y apellidos, con la creencia arraigada de que sus almas los recompensarán con protección y favores. A Juan Manuel le llamó la atención esta costumbre porque allí encontró lo, que según él, Colombia nunca ha podido hacer: “reconocer a sus muertos”. Y agrega: “Nunca asumimos que los muertos del Putumayo son colombianos. Eso en el imaginario colectivo está tan lejos como Afganistán”.
A Puerto Berrío lo visitó durante siete años y lo sigue haciendo. Antes de la película realizó la serie fotográfica Novenario en espera, en la que hizo un seguimiento a la transformación de las tumbas. Luego quiso que las personas detrás de ellas, que dejaban nombres y flores, contaran esas historias que de cierta forma no se podían guardar.
Juan Manuel va a donde lo inviten, a un caserío en La Guajira o al Moma, de Nueva York. Desde que se estrenó la película en 2013, ha circulado por países como Estados Unidos, México, Argentina, Estonia y Venezuela, en donde ganó el Premio Documenta 2013 a la Mejor Opera Prima Andina. El pasado diciembre, el parque principal del municipio de Puerto Berrío fue el gran escenario. Hubo mucho silencio. A las 7 pm las cantinas y bares aledaños apagaron la música y la gente se sentó a ver la película, que era como ver un espejo. “El único que no estuvo fue el cura”, narra Juan Manuel, quien pidió que lo llamaran. No fue, pues según le contaron los habitantes, no ha estado muy de acuerdo con el ritual. Sin embargo, Juan Manuel cree que por la ventana de la sacristía el sacerdote logró ver algo.
Lo que no quiere y no puede olvidar
Juan Manuel es un hombre alegre, de voz vibrante, que mira a los ojos cuando cuenta las historias que se encuentra en diferentes municipios del país. “¡Yo no puedo sentir el dolor que siente en sus entrañas una madre que tiene un hijo desaparecido. No lo puedo sentir en mis vísceras!…”, dice mientras se lleva las manos al estómago y hace un silencio que queda suspendido en el aire. “…Pero sí puedo reconocer el dolor que hay dentro de ella -continúa-, y eso es lo extraordinario del ser humano, que puede sentir y pensar”. Es eso lo que le interesa al artista, conocer las historias a través de las personas que han vivido el horror, y por eso también para él es importante el silencio, para poder oír.
Desde hace tres años camina recurrentemente por los Montes de María, una subregión del Caribe, entre los departamentos de Sucre y Bolívar, que sufrió una dura época de masacres y desplazamientos, entre 1999 y 2001. Anda, como dice, “conociendo la geografía de la guerra”, esta vez, fotografiando los tableros de las escuelas abandonadas. Ha encontrado más de ochenta. ¿Qué memoria queda en los tableros de estas aulas?, se pregunta. Ha visto escuelas devoradas por la selva, convertidas en corrales para cerdos y burros o en el nuevo hogar de los campesinos que se atrevieron a regresar. Se encontró con la tristeza, con la ausencia de los niños, con las vocales escritas en la pared que pronuncian en voz alta: a-e-i-o-u. “Lo extraordinario de Montes de María es que en veredas tan remotas había un intento de educación”, dice.
“El arte tiene que ser verdadero”, le dijo una vez su gran amigo el artista Manolo Vellojín. Y su obra lo es, porque la vive y la siente. Sin ninguna pretensión literaria, Juan Manuel carga unos diarios para escribir las historias que no quiere olvidar, y como fotógrafo su intención es igual, hacerle una fotografía a lo que no quiere y no puede olvidar. La memoria, la que a veces falta, es la pretensión de su carrera artística. Pero ¿aparte de la reflexión, por qué es importante la memoria? Responde con una cita contundente del escritor ruso Aleksandr Solzhenitsyn: “Escarbe el pasado y perderá un ojo, pero olvide el pasado y perderá los dos”.