Cuando era pequeño, me gustaba preguntarlo todo. El por qué el cielo es azul, por qué los matrimonios se acababan, por qué no podían venderme a un banco para pagar las deudas de mi viejo. Mi cabeza estaba en un constante viaje de curiosidad plena; para mi, absolutamente normal, para el mundo absolutamente incómodo.
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Mi vieja, pedagoga, me mantenía en un régimen de juegos mentales que yo sabía cuándo empezaban, pero no cuándo terminaban. Cada interés se convertía en un asombro por cualquier acto simple de la vida. Todo tenía un color diferente, los lugares más tradicionales se transformaban en mundos imaginarios maravillosos que decidía habitar.
Luego… crecí. “Maduré”, si saben a lo que me refiero. La pena, la vergüenza y la opinión de mis amigos se volvieron prioridad. En menos de 10 años, todo lo que me llenaba de sorpresa se atiborraba de certezas. El aburrimiento, la rutina, el trabajo y los hábitos no conscientes comenzaron a regir mi vida.
Es increíble cómo nacemos creativos y la vida nos vuelve ejecutivos, ¿no?
Nunca me dí cuenta hasta que en un Petronio la pregunta me azotó:
¿De verdad no voy a ser capaz de asombrarte, de ser niño otra vez?
Obvio sí. Siempre sí. Para mí, el asombro es la capacidad de volver a lo simple, de disfrutar los pequeños detalles, un amanecer o un atardecer. Es tener las herramientas para dejarse sorprender por la vida, de buscar lo increíble en lo cotidiano.
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Es una excelente máquina de la presencia que nos da la posibilidad de disfrutar nuestra vida, de ver los problemas como una oportunidad.
El problema es que la vida adulta nos arrastra a un agujero negro en el que la rutina, el estrés y el exceso de información desgastan nuestro músculo del “asombramiento”. Perdemos nuestra capacidad de ver la vida como es, reemplazándola por sesgos y cuentos que decidimos creernos.
Hace unos años, trabajando en la industria publicitaria, me dieron una cátedra sobre cómo la creatividad es un proceso que comienza abriendo los ojos. Literal. Y, que si comenzaba a ver mi vida una obra de arte, iba a terminar con una galería para re-visitar las veces que quisiera, durante toda la vida.
¿El proceso? Es simple. Necesitas materiales (inspiración), un Canvas en blanco (un día) y crear (tus acciones) para convertirlo en arte.
Lo bonito de crear es que la creatividad está en el ser, no en el hacer. Todos somos seres creativos. Siempre y cuando decidas comprometerte a vivir una vida diferente, puedes crear todo el tiempo, y sí creas lo que compartes se convierte en fuente de inspiración para el resto del mundo.
¿Cómo puedes hacerlo tú?
- Comienza cada día con 3 respiraciones profundas, reconociendo tu cuerpo y tu espacio. PROFUNDAS.
- Observa el día todos los días. Toma caminos diferentes, siéntate en lugares distintos. Cuestiona por qué piensas y actúas como lo haces y cambia tu forma de actuar.
- Enfrenta el reto de crear algo nuevo cada día, sin importar qué sea.
- Comparte tu trabajo y agradece por el feedback honesto que recibas.
Estos ejercicios te permitirán entender que cada día es un milagro. El asombro es parte de y para nosotros, la capacidad absoluta de crear y de mantener el acto creativo vivo.
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Mi invitación es a que te concentres en crear tu vida, la versión que tú quieras. Date la oportunidad de sostener y amar la vida como la recibes. Descubre si la estrategia de vivir desde el asombro te funciona, aborda tus problemas y tus relaciones con la capacidad de sorprenderte aún en los momentos que no lo creas posible.
Vivir desde la creatividad es un privilegio al que todos podemos acceder. Tiene la capacidad de transformar nuestros días, y lo mejor de todo, no tienes que invertir un peso para hacerlo.
Asómbrate, crea y vive con amor. La vida es una obra de arte esperando a ser pintada por tí.