Según el diccionario de la RAE, hipérbole es “figura que consiste en aumentar o disminuir excesivamente aquello de que se habla” o la “exageración de una circunstancia, relato o noticia”.
Pues bien, Medellín, sus autoridades y muchos ciudadanos han puesto el grito en el cielo por una hipérbole escrita por un periodista peruano en un medio digital inglés, una exageración más de las que son tan comunes por estas tierras: al comunicador le dio por calificar a Medellín como “el burdel más grande del mundo”, en el título de un artículo publicado por Canal 4, de Londres. Gracias a las airadas protestas, Guillermo Galdos, autor del reportaje, saltó a la fama y su artículo se reprodujo exponencialmente, más de lo que quisiéramos, a través de medios digitales, impresos y redes sociales.
Si no hubiera sido por nuestro orgullo herido, la nota periodística no pasaría de ser una más de las miles que diariamente se publican en el mundo, y nadie más que Galdos, su editor y algunos lectores le hubieran puesto atención. Con tal despliegue de nuestra parte, el título hiperbólico se volvió noticia, y ahora no solo más de uno se preguntará si es cierto que Medellín es el burdel más grande del orbe, sino que son noticia internacional los insultos y amenazas que el reportero ha recibido por Twitter y correo electrónico.
Es decir, peor el remedio que la enfermedad, si en lo que estamos pensando es en términos de imagen.
Pero ese no es el punto. El problema de fondo es que pesa más nuestra vanidad que la verdad que pueda haber en el trabajo de Galdos, que es más que un título. Exagerado, sí. ¿Pero es que acaso importa el tamaño del burdel? ¿O el número de los que lo integren? ¿No nos basta con saber que existe, para tratar de contrarrestar una realidad que apabulla y denigra a seres humanos de todos los estratos y que se sustenta no solo en la miseria de los más pobres sino en el trastoque de valores en esferas más altas?
¿Por qué nos ofende tanto un artículo? Todos sabemos que en Medellín hay abuso sexual infantil; no es nueva la cultura de las mujeres prepago impuesta por los narcos y perpetuada por otro tipo de poderosos; ya sabíamos que en nuestra sociedad de consumo también hay compra-venta de vírgenes; el turismo sexual tampoco es un descubrimiento y hace rato sabemos de madres y padres que venden a sus hijos, no solo como mercancía sexual sino para la mendicidad. Es esto lo que nos debe parecer horrible y hacia su erradicación debemos enfilar los esfuerzos, no a refutar lo que un periodista escriba. ¿Es mentira lo que dijo Galdos en su artículo? No. ¿Está exagerado el título? Sí, tan exagerado como decir que tenemos los alumbrados más lindos del mundo, que somos la ciudad más innovadora, que tenemos el puente más largo de Latinoamérica, el metro más limpio de la Vía Láctea, el metroplús más organizado del universo, las escaleras eléctricas más bonitas del tercer mundo, el metrocable más novedoso de la tierra, o que tenemos más tranvías que Peque. Es suficiente logro que los tengamos y los disfrutemos. No es necesaria esa actitud acomplejada de estar siempre comparándonos, no hace falta ser los más, como tampoco importa que Galdos diga que somos el burdel más grande del mundo. Lo realmente dañino de ese lenguaje hiperbólico es que desvía la atención de lo esencial a cuestiones inocuas, en vez de enfocarnos en combatir aquellas realidades que dieron cabida a las exageraciones.