Nuestra humanidad sufre un gran retroceso con cada guerra, sea en la casa o bien lejos de ella, porque el daño a todos los niveles es igual de catastrófico para cada uno de nosotros. Como sea, debemos resistirnos a ese automático que nos lleva peligrosamente a naturalizar todo tipo de violencias. Porque cuando hablamos de odio, venganza, retaliación, trátese de nuestro vecindario o de naciones y culturas en enfrentamiento, siempre es igual: cada cual se siente dueño de la única correcta y justa verdad y por eso uno es el bueno y esos otros son los malos, que deben ser aniquilados o al menos silenciados.
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No existe guerra ni buena, ni justa, ni necesaria, porque cualquier vida es completamente irreemplazable. Todos sin distinción perdemos con esas infames pérdidas de vidas que nos avergüenzan y merman nuestra ya quebrantada humanidad. El dolor, incertidumbre y miedo no tienen edad, ni religión, ni partido político, ni condición social. Todos los seres humanos por igual sufrimos y nos sentimos impotentes ante el golpe duro de todo tipo de enfrentamientos y juegos de poder, donde la vida parece carecer de valor.
Somos como un bosque, o más bien una selva maravillosa que se alimenta por las mismas raíces y el mismo aire. Como quien dice, todos hacemos parte de una misma unidad que debe cuidarse con amor, delicadeza y mucho respeto, primordialmente con los que aparecen como diferente u opuesto a nuestros juicios y valoraciones. La gran riqueza está en la diversidad y no en la similitud.
Y es ahí donde llega la filosofía de la noviolencia proponiendo el camino del entendimiento y el diálogo para alcanzar unos mínimos de ética y moral. Lo primero no negociable es la vida misma, porque ella es sagrada. Debe ser preservada y se niega de entrada cualquier razón que quiera otorgar valores distintos a unas vidas sobre otras. Estamos hablando de seres humanos que compartimos por igual, y, en cualquier caso, la misma dignidad.
Un segundo imperativo en clave de noviolencia es ser capaces de ponernos en los zapatos del otro para avanzar en la comprensión y entendimiento de razones y motivos. Lo que quiero recordar es que aprender a dudar de nuestra propia mirada es un ejercicio muy valioso para acercanos a la enorme gama de grises que hay entre nuestro blanco y el negro del oponente o contradictor. Si somos capaces de preguntarnos: ¿qué tal si el equivocado soy yo?, estamos permitiendo que los demás, contrarios, puedan convencernos con sus argumentos o por lo menos permitirnos la duda, la posibilidad. El error grande es cuando suponemos que perdemos si nos mostramos dudosos, cuando en realidad esa disposición nos fortalece como seres que piensan, sienten, reflexionan y deciden sin creerse el ombligo del universo.
La noviolencia tiene dos conceptos centrales: ahímsa y satihagra.
- Ahíimsa es el no daño a ningún ser vivo que pueda sentir dolor o miedo, y yo agrego el no daño también con lo no vivo que está a nuestro servicio para mejorar la existencia y vida en común .
- Satihagra es la no cooperación con lo que consideramos que va en contraria de nuestros valores y principios. Es el concepto que da forma a todo tipo de resistencia civil, de objeción de conciencia. Es nuestra maravillosa posibilidad de decir NO por simple coherencia.
Podríamos aceptar que nuestras palabras y buenos deseos de nada sirven para mejorar el escenario de grandes confrontaciones mundiales, regionales o locales, pero lo que sí podemos es entrenarnos en nuestros espacios privados para aprender a dirimir los conflictos, permitiendo que sea el diálogo sereno, sincero y comprensivo de la realidad del otro lo que nos permita una convivencia que aprenda a sumar, abrir ventanas, tender puentes, a enriquecerse del encuentro de contrarios. Una clave esencial es afinar el oído para entrenarnos en saber escuchar, silenciando nuestra voz mientras tanto, para que la escucha sea verdaderamente activa.
Nunca es tarde para adaptar procedimientos y estrategias acordes con cada circunstancia particular, y si consideramos que el camino de la noviolencia es ingenuo o inútil es porque tenemos completamente naturalizada la acción violenta y por eso la legitimamos. Lo que sí es cierto es que el camino de la noviolencia es más lento, más difícil; por eso exige esfuerzo y paciencia, pero también es más creativo e inteligentemente humano.
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