Santiago Bernal en medio de la orquesta
Por Alfonso Arias Bernal*
Desde Ginebra se llega en tren a Martigny bordeando el lago Lemán por su ribera norte que es, digamos así, la parte civilizada, o en todo caso la más desarrollada y la que cuenta con la línea férrea. El trayecto dura algo más de una hora y media. En el camino está Lausana (Lausanne) desde donde, al otro lado del lago, hacia el sur, se divisan los Alpes majestuosos y con un poco de suerte, el macizo mismo del Mont Blanc. Me gustaría algún día hacer el viaje por la ribera sur, la parte agreste, siguiendo el curso del río Arve. Los antiguos viajeros que querían visitar los glaciares o cazar gamuzas, solían usar esta vía, más directa y natural.
Mischa Maisky
En Martigny tomé un automóvil que en poco menos de media hora me llevó a Verbier por una carretera de montaña. Me distraje mirando por la ventanilla las moles de las montañas y los valles estrechos de vertientes empinadas, mitad peladas mostrando la roca viva, y a medias cubiertas por bosques de coníferas. Pensé en los visitantes ilustres de estas montañas: Goethe, extasiado; Chateaubriand, atormentado; Rousseau, que era oriundo de la vecina Ginebra y seguro conocía bien el paisaje, taciturno; Víctor Hugo, a quien los montes le recordaron los personajes de los dramas de Shakespeare; Alexandre Dumas padre, que entrevistó a Jacques Balmat, el primer escalador de la cumbre del Mont Blanc, y lo transcribió en un relato formidable; George Sand, que visitó la zona con Franz Liszt; Mary Shelley que ambientó su Frankenstein en esas heladas cumbres. También vino a mi mente la madre del filósofo Schopenhauer, Johanna, pionera de las escritoras de novelas, quien ambientó su obra Nieve en estos parajes. Pensé en mi tierra, en el cañón del Cauca y en los farallones, pensé en Bolombolo y en Fredonia. La confusión de mis pensamientos mezclaba la Sinifaná y el Cartama con el Ródano.
Verbier
Verbier
Desde Verbier la vista de los Alpes es magnífica e invita a la fantasía. Esas viejísimas montañas que vieron a Rousseau y a Goethe deambulando torpemente por sus laderas como insectos minúsculos y atolondrados, se me antojaron amenazadoras como la obra de dioses enloquecidos o ebrios que quisieran aterrorizarnos; matarnos, tal vez. De alguna manera me recordaron los dedos lívidos y agarrotados por el dolor, del cristo del altar de Isenheim que pintó Matthias Grünewald, ante el cual, según dicen, se desmayaban las mujeres. Los picos nevados y las moles rocosas nos sugieren cataclismos y procesos de millones de años que, si pudiéramos acelerarlos para verlos en cinco minutos, nos asombrarían por su violencia y su inmensidad. Cuenta Víctor Hugo que en 1741 se desplomó una montaña cerca de Servoz junto al Arve, y que la zona quedó sumida en la más completa oscuridad durante tres días debido a la cantidad de polvo que se levantó. Verbier es un pequeño poblado típicamente alpino de construcciones de madera, un lugar encantador y risueño en medio de ese paisaje delirante; en invierno es una importante estación de esquí.
C. L. Senancour
Inés Monjas, Roberto González y Ricardo González
Orgullo indescriptible
James Levine debía dirigir el concierto de apertura del festival pero finalmente no pudo hacerlo por razones de salud. Quizás tuve suerte. Lo dirigió Esa Pekka Salonen, un maestro impresionante. Me recordó a nuestro querido Francisco Rettig: la delicadeza y la elegancia, el ademán caballeroso y comedido, los gestos llenos de gentileza y de gracia, esa sabiduría superior. Viéndolo hacer su trabajo casi pudiéramos pensar que es fácil dirigir una orquesta; su batuta parece flotar sola en el aire. Por su parte la orquesta, una selección de los mejores músicos del mundo menores de 26 años, estuvo admirable. La precisión, la sonoridad, la fuerza y la expresividad en su plenitud. Una experiencia única. Desde mi butaca veía, en medio casi del grupo de músicos, el rostro feliz de uno de los nuestros, de nuestra Academia Filarmónica de Medellín Afmed.
Después vinieron muchas más actividades, más conciertos, más música. David Espinoza y Nicolás Bernal, hermano de Santiago, formaron parte de la orquesta juvenil llamada Orquesta del Camp. Su actuación fue tan destacada que se seleccionó a David para dirigir al público un saludo de bienvenida en inglés. “Mi sueño es el de llegar un día a ser un músico profesional y hoy me siento un paso más cerca de convertir en realidad este sueño”, dijo.
Fue maravilloso ver a esos jóvenes, casi niños, llenos de sueños y talento, plenos de entusiasmo, con una voluntad de hierro y una bondad ingenua y magnífica, codeándose con los mejores del mundo. Estos jóvenes son nuestros embajadores más eficaces. Sentí un orgullo indescriptible.
*Gerente Orquesta Filarmónica de Medellín (Filarmed)
Esa Pekka Salonen
Nicolás y Santiago Bernal con los padres de Roberto González
Ana Chumachenco, Blythe Teh Engstroem, Renaud Capuçon, Roberto González y Edgar Moreau