Más que un bar, es un sitio de encuentro donde la salsa es sólo la música de fondo de la pequeña revolución cultural que, desde hace un año, pretende instaurar en El Poblado Carlos Zapata Álvarez.
“El abuelo de Tun buscaba una fuente, y en la fuente bailaba mucha gente. Rumba que tumba…, rumba de muerte…, rumba la catinga la catumba bembé”, cantan Celia Cruz y Pete ‘El Conde’ Rodríguez. La “rola” se llama Encantigo y fue grabada con el sello Fania, a finales de los años setenta del siglo pasado, década en la que Carlos Zapata vivía en el barrio La Toma, en vecindades del Hoyo de Misia Rafaela.
Tenía diez años y una expresión de asombro en sus ojos. Estaba cercado por la música. Por doquier repicaban las campanas de la salsa o sonaban los tambores y las trompetas de los porros y las cumbias. La Toma era una fiesta constante y Carlos se dejó contagiar de buena gana.
Terminó enamorándose de la música, sobre todo de la salsa. Los sonidos de la Sonora Matancera y de la Orquesta Fania fueron para él una epifanía, un llamado inevitable. “Rumba la catinga la catumba bembé”.
A Carlos Zapata lo conocí cuarenta años después de su deslumbramiento salsero. Lo vi tarareando una canción de Willie Rosario, Callejero, en su bar de San Juan con la 78, Encantigo.
Llevaba puesto un sombrero y vestía una pulcra camisa blanca. Se le veía feliz, enamorado, y de vez en cuando se tiraba algún paso en la pista, antes de volver al parloteo con su hermosa esposa Claudia.
Encantigo no había sido su primer bar de salsa. En los primeros años del siglo XXI fundó Cienfuegos, cerca al barrio Manila en El Poblado, junto a su amigo Sergio Amad, después de haber vivido varios años en Cuba.
Carlos nació en Manrique Central, pero también vivió en los barrios El Salvador y La Toma. La música lo ha perseguido toda la vida.
“Los primeros sitios de salsa que conocí estaban ubicados en el famoso ‘Puente de Brooklyn’, en el sector de La Toma. Esos bares se llamaban Gran Combo y Bambú. Pero además de esos sonidos, los culpables que de que haya sucumbido a la salsa fueron mis primeros amigos, los de infancia, gente de barrio que llevo en mi corazón”, cuenta mientras rememora, apretando fuertemente sus labios, otro estribillo famoso de Willie Rosario: “Del barrio obrero a la 15 un paso es, cantando bajito yo me iba bien”.
Abundaba la salsa en Medellín en esos tiempos. Había bares famosos como El Suave, Brisas de Costa Rica, El Aristi y El Diferente, y muchos otros regados por las diferentes comunas de la ciudad. Carlos recorrió esos lugares con su “tumbao sabroso” y sacudiendo los huesos en esas pistas alucinantes al ritmo del Gran Combo de Puerto Rico o Joe Cuba. Tenía picante.
Conoció a Claudia Restrepo bailando tumba y bembé, mujer de la que terminó enamorándose y, por causa de ese amor, fundó Encantigo en 2015, término cuya definición no es del todo precisa, pero que Carlos condensa en una frase: “Encantado contigo”.
El tiempo se ha ido diluyendo en el reloj de la vida de Carlos Zapata Arango, quien ha visto como la salsa ha perdido espacio en la sonoridad de la ciudad. Sin embargo, persiste en el ritmo antillano porque, como él, hay muchos nostálgicos que todavía deambulan por las calles buscando “azúcar”, soportados en viejos mocasines o elegantes zapatillas blancas.
En San Juan, Encantigo se fue quedando solo. Poco a poco, otros bares de salsa como La Ponceña, Brasilia, La Fania o Convergencia, murieron bajo el azote implacable del reguetón y el “vallenato de motel”.
A sus 56 años de edad, Carlos no quiere dejar morir su Encantigo, y por eso lo trasladó a El Poblado. Lo llevó hasta la calle 9 con carrera 40, e incluso lo amplió a dos pisos.
No hay muchos lugares de salsa en El Poblado. Carlos recuerda a La Habana y Buenavista, que ya no están, y hoy día comparte el público con Erre, Long Island y la tienda del patio de la emisora Latina Estéreo, donde “el sonido de las palmeras” mantiene el volumen alto.
El lugar abre de jueves a domingo, desde las tres de la tarde. Está ubicado, exactamente, en la calle 9 #40-66, a una cuadra del Parque Lleras. Su oferta cultural en 2020 incluye talleres, charlas musicales y conversatorios. También cuenta con una oferta gastronómica ofrecida por el chef José Antequera con comida puertorriqueña y cubana.El bar tiene su propia orquesta, el Septeto Encantigo, y recurrentemente hace presentaciones el Quinteto Cienfuegos. Es una conexión con ese Medellín ya extinto de bongoes y cadenetas, de armonía de barrio.
“Yo no quiero hacerme rico, yo sólo quiero hacer feliz a la gente, a mi familia, la familia salsera de Medellín”, dice el hijo de Alicia Arango, la mujer que alcahueteó sus primeros años de “sandunga” de Carlos y su gente.
Por: Mauricio López Rueda / [email protected]