Museo de la cerámica
Cuando alguien menciona El Carmen de Viboral de inmediato se vienen a la mente los platos blancos de escasas flores alegres, o los juegos de pocillos en tonos azules de las casas de las abuelas y de las fincas familiares. La historia detrás de estos artefactos es más rica de lo esperado. Ese imaginario colectivo del icónico plato decorado fue una de las chispas que prendió la iniciativa de José Ignacio Vélez para crear el Museo de la Cerámica en El Carmen. “No podía cree que con tan poco hubiéramos hecho tanto”, dice el artista sobre este sitio, inaugurado hace poco más de dos meses.
La verdad es que no fue solo José Ignacio. Se trata de un equipo compuesto por Sandra Giraldo, conocedora del turismo de la región, y Marcela Duque, una antropóloga. Juntas vieron la posibilidad de lograr lo que desde hacía muchos años era solo un sueño. Contactaron a José Ignacio, y este a su amigo Mario Augusto Arroyave. El primero, ceramista reconocido, y el segundo, artista e historiador del arte.
El espacio ya existía en la Casa de la Cultura de El Carmen. Un pequeño cuarto llamado Museo Municipal guardaba sillas viejas, unas mesas, las campanas de la parroquia, entre otras cosas. “Casi como un baúl de abuela”, recuerda Mario Augusto. Eran objetos sin ninguna ilación ni contexto, cosas que expresaban algo del pasado del municipio, recordando por destellos los ancestros de El Carmen, que poco o nada han sido reconocidos por su aporte al arte de la cerámica desde hace 114 años.
La mujer como centro
En diciembre de 2012 se inauguró el nuevo museo. Las paredes, pintadas con los colores del fuego que cuece el barro, reciben el despliegue de platos decorados y le rinden homenaje a la mujer con hermosas fotografías. Reconocer a la mujer fue uno de los objetivos principales del museo. Cuenta Mario que desde antes de que a la mujer colombiana se le permitiera salir de la casa, con el voto otorgado a ella en 1957, las mujeres de El Carmen ya hacían su propia revolución trabajando, decorando cerámicas, sin dejar de lado todas sus funciones de madres y de cuidadoras del hogar.
Los trabajos de estas mujeres le dieron a El Carmen su distinción. Pero esa identidad de decoración, tan conocida hoy, se forjó por medio de muchas influencias. Dicen Mario y José Ignacio, quienes hicieron decenas de entrevistas a decoradoras y artesanos para conceptualizar el museo, que los diseños florales de El Carmen se crearon, entre otras cosas, a partir de las flores observadas en el campo, de las impresiones de las telas que llegaban al pueblo o de los platos de tierras lejanas que llevaban personas en busca de réplicas. También, para sorpresa de ellos, en su investigación descubrieron la influencia de artesanos venidos del sur (Popayán, Pasto, Quito) -José Ignacio asegura que están relacionados con el maestro Jorge Oteiza, escultor vasco-, y su estadía en El Carmen.
Con paciencia e ingenio las mujeres fueron adaptando los materiales de su entorno en herramientas para trabajar. “El relleno de una silla de un carro hecho chatarra y el mechón de pelo de un niño empezaron a funcionar como espuma y pincel que dieran forma a los diseños”, dice José Ignacio. Hoy en las paredes del museo se puede apreciar el recorrido de esas herramientas y cómo en manos habilidosas han diseñado flores, mazorcas, peces, manzanas, hojas, entre tantas otras imágenes.
Sólo el principio
El museo permite ver y entender la decoración de la cerámica, apreciar platos antiguos donados y nuevas concepciones de la cerámica en años recientes, pero, sobre todo, contextualizarse sobre esta forma de arte del Oriente antioqueño. Este primer paso es solo eso. José y Mario se emocionan hablando de las posibilidades. Quieren ver ese espacio ampliado, tener más paredes para contar más historias de barro. Tener actividades culturales y educativas, herramientas multimediáticas e interactivas y, por supuesto, darle espacio a los protagonistas que son parte del proceso: desde el sacador del barro en una veta hasta los pregoneros que llevaron el arte de El Carmen al resto del país.