Hoy se estima que al menos hay dos millones de millones de galaxias. Y que en general cada una puede tener entre cien mil y trescientos mil millones de estrellas.
Que un bípedo insignificante haya podido descorrer el velo, nos deja desconcertados. Fuí a Monte Wilson, en California, solo con el propósito de confirmar lo que ya sabía: que en esas coordenadas no había nada que por sí mismo explicara el descubrimiento. Es una montaña boscosa, llena de silencio… y de ardillas. En la cima hay un observatorio astronómico; por sus alrededores deambulaban dos o tres individuos de nuestra especie.
En esas soledades, uno de nuestros congéneres amplió las fronteras del universo y nos permitió develar algunos de los misterios que esconde. Hasta ese momento de 1924 el mundo científico pensaba que la Vía Láctea era el universo, que todo se reducía a esta pequeña isla -sí, la isla tiene doscientos mil millones de estrellas (*)-, pero es pequeña en cuanto a que es una parte insignificante del todo. Aunque no sabemos qué es el todo, fue Edwin Hubble, en el Monte Wilson, quien descubrió que no era la única, que además de la nuestra existen muchas galaxias. Hoy en día se estima que al menos hay dos millones de millones de galaxias. Y que en general cada una puede tener entre cien mil y trescientos mil millones de estrellas, orbitadas algunas por astros más pequeños llamados planetas.
El universo es gigantesco, grandioso, inabarcable, colosal… Pero sentimos que todas esas palabras se quedan cortas: el idioma está hecho para describir nuestro entorno cercano y no hallamos las palabras apropiadas cuando exploramos el cielo. No tenemos adjetivos y tampoco somos capaces de concebir las cifras.
Una pequeña digresión. Cuando alguien dice que se le “alinearon las estrellas”, ¿podrá ser consciente de lo que eso significa? Es algo que no puede tener sentido más allá de lo metafórico.
Hubble descubrió además que el universo se expande, que las galaxias más lejanas se están separando unas de otras desde siempre. Esto quiere decir que si nos pudiéramos devolver en el tiempo, veríamos un universo cada vez más pequeño. Y si alcanzáramos a devolvernos 13.700 millones de años nos encontraríamos con que no hay distancia entre las galaxias, que todo el universo está concentrado en un punto sin dimensión: sería el momento cero del universo, el Big Bang.
¿Cómo el hombre, insignificante y efímero poblador de un minúsculo cuerpo que gira alrededor de una estrella entre miles de trillones, logra elevarse a esas alturas y develar lo que hay en esas oscuridades? ¿Cómo desde lo meramente sensorial hemos podido llegar a tales niveles de conocimiento?
Desde la concepción aristotélica, que veía la Tierra como el centro del universo, el hombre paso a paso, mediante la ciencia, ha venido entendiendo dónde habita. ¿Podrá el ser humano algún día develar su propio misterio?
Las ardillas, luminosas, corrían, saltaban, trepaban…, pero no se detenían a mirar el cielo.
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(*) Las cifras están lejos de ser precisas, pero dan cuenta del orden de las magnitudes de que se habla actualmente.