En el centro, Ramiro Gallo
¿Por qué, más que hacer arreglos, prefiere componer tangos para orquesta y cuál es el reto?
No prefiero una forma sobre otra. El tango ha encontrado en la orquesta típica su principal y más efectivo vehículo de expresión y no creo que sea muy necesario buscar demasiados horizontes nuevos. Para mí, la orquesta sinfónica ha sido un agrupación interesante a la que me he acercado quizá porque desde chico tuve cierta cercanía con ella, y por otra parte me sentí muy atraído por el sonido con una cierta masa orquestal por encima de otras sonoridades más pequeñas o íntimas. Entonces en realidad es un deseo de expresión estética. A la hora de escribir hay determinados problemas; por ejemplo, el tango en su aspecto rítmico necesita un tipo de articulación muy breve y eso es difícil de obtener cuando hay una determinada masa orquestal. Se puede imaginar la dificultad a la hora de interpretarlo si en una sinfónica puede haber hasta 30 violines. Pero ahí es donde el arreglador o compositor tiene que encontrar la manera de lograr los mismos efectos. Abordar tangos para una orquesta es un deseo, una aventura hermosa y al mismo tiempo un desafío .
Parte de la esencia de este festival es la experimentación con otros géneros. ¿Cómo se relaciona usted con otras músicas?
En mi juventud escuché mucho rock. Me gustaba el sinfónico del 70 y de Argentina me gustaba mucho Serú Girán. En un momento escuché a Egberto Gismonti, compositor e intérprete brasileño, y me encontré con una música que –para mi gusto de la época– estaba muchísimos pasos adelante de cualquier otra música. Dejé de escuchar rock, y solo oí a Gismonti durante tres años; obsesión típica de adolescente. Lo que yo no podía analizar era que él hacía una música de raíz, tradicional brasileña, con un grado de sutileza y perfección superlativo y que lo mismo se podía buscar desde la música argentina. Lamentablemente, ahora en la música popular sucede el fenómeno de los sonidos de la globalización y cierta sonoridad arrasó con expresiones regionales. Yo, montado en el vehículo increíble que es el tango, he recorrido el mundo y puedo asegurar que hay músicas uniformes que se oyen en todos lados. Hoy en día lo que más escucho es tango, y escucho mucho el silencio. La música de fondo hace que la cabeza y la sensibilidad empiecen a trabajar. En el pasado me he nutrido de todo, y muchísimo del folclor argentino y latinoamericano; el colombiano y el venezolano me gustan mucho.
¿Qué significa el tango para usted hoy en día?
A los 20 años, después de haber tocado muchos tipos de música y no tener definida mi orientación profesional, unos amigos y yo armamos un trío de música latina y tango. El tango nos sonaba mucho mejor y con el tiempo llegamos a la simple conclusión de que se debía a que era nuestro propio lenguaje expresivo. Pero, lamentablemente, nos han acostumbrado a apostarle a cosas que están lejos de nuestra sensibilidad; es una forma de dominación, de tener a la gente lejos de su centro. Desde ese punto de vista, el tango no es solo la forma como me expreso, es una bandera, es un símbolo, es algo muy importante para el interior de nuestra gente. Nada más y nada menos que nuestro lenguaje; lo hemos desarrollado por necesidades expresivas profundas y es importante que no nos lo quiten y por suerte sigue ahí, firme. Se podrá correr a un costadito, pero tarde o temprano, como el péndulo, las cosas vuelven a donde deben estar.
¿Qué podrá esperar el público de Medellín de sus presentaciones?
La música que hacemos es, principalmente, repertorio propio. Nuestra relación con el tango es muy cercana, hemos cultivado el género durante décadas, hemos tenido contacto con los grandes intérpretes y compositores vivos del género, y hemos desarrollado múltiples actividades con relación al tango, llevados por el gran amor que le tenemos. Esto hace que, si bien la música es original, tenga un permanente contacto con la raíz. De manera que la gente de Medellín que gusta genuinamente del tango, y me consta que es así, va a escuchar tango. Yo estoy en contra de los rótulos. En Buenos Aires vemos motes como el “tango joven” (parece que uno en el tango sigue siendo joven hasta los 70 años), el “tango nuevo”, “tango post Piazzola” “tango siglo 21”. Yo prefiero que me conozcan como músico de tango, no hay tanto misterio.
< Alejandro Posada
El director
Siempre buscando locuras
El Festival Internacional de Música de Medellín se ha consolidado como un gran evento de dos semanas de fiesta sinfónica, en las que se busca atraer a un público más diverso. “La ciudad cada vez pide más y uno quisiera dar cada vez más. Y lo que vemos es una respuesta maravillosa del público”, dice su director, Alejandro Posada.
Este año, el fuerte de la fiesta es el contrabajo. Cuenta Posada que en Medellín “tenemos un intérprete muy grande que es Ilko Rusev y podríamos decir que él tiene la mejor escuela de contrabajo del país”. Por eso fueron invitados dos grandes de este instrumento: Jeff Bradetich y Edicsson Ruiz.
Para el futuro de esta fiesta, al maestro Posada le gusta pensar en sacarle provecho a los dos pianos de cola que tiene Medellín: “Eso hay que explotarlo, porque tener dos pianos de cola no es fácil para una ciudad”. También quisiera volver a hacer algo con la percusión, por la escuela tan sólida que tenemos, “pero con muchas más locuras”.