Todo estudio o reflexión sobre la ciudad es tan solo una aproximación, siempre una digresión. El presente es un texto abierto; un punto de vista; una mirada múltiple sobre el imaginario poético urbano, y se constituye en un debatible comienzo para convocar las voces y los ámbitos de aquellos escritores que habitan y nombran la ciudad.
La ciudad es trama y urdimbre, donde se tejen infinidad de historias. A su vez, una ciudad es un gran código compuesto por varios sistemas de sentido que se entrecruzan en un presente, desde el pasado. De allí que las ciudades guarden una relación directa con nuestra memoria, porque sin memoria y sin futuro las ciudades son fantasmas. Devolverle al ciudadano la noción de su lugar, es uno de los más altos deberes de la poesía.
Cada vez más la vida y los avatares de las urbes modernas se ven influenciadas por los imaginarios creados por los escritores. Para Charles Bukowski “un poema es una ciudad llena de calles y cloacas, / llena de santos, héroes, pordioseros, locos, / llena de banalidad y embriaguez / llena de lluvia y truenos…”
Por su condición de escenario cambiante y permanente, donde acontecen a diario innumerables historias, tragedias, sueños, azares y peripecias, la ciudad es el espacio natural del que se nutre la imaginación de poetas, cuentistas y novelistas: “cada vez más honda vas conmigo, ciudad, como un amor hundido, irreparable”, poetiza Gil de Biedma.
En sí misma, la ciudad es espacio literario donde las verdades no se declaman, solo se aluden. Ítalo Calvino traza los cambios de la nueva urbe en Las ciudades y los trueques: “…las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos…” La ciudad, al igual que la novela, o los relatos es un cruce de sentidos, un enjambre de voces diversas.
En Memorias de Adriano Marguerite Yourcenar describe los agites de la ciudad, como construcción humana multiplicada de perífrasis: “la ciudad; el marco, la construcción humana, monótona si se quiere pero como son monótonas las celdillas de cera henchidas de miel, el lugar de los intercambios y los contactos, la plaza a la que acuden los campesinos para vender sus productos y donde se quedan mirando boquiabiertos las pinturas de un pórtico…”
En Lisboa revisitada Fernando Pessoa vuelve al cielo de la ciudad de su infancia: “Otra vez vuelvo a verte -Lisboa y Tajo y todo-/ transeúnte inútil de ti y de mí,/ extranjero aquí como en todas partes,/ tan casual en la vida como en el alma,/ fantasma errante por los salones del recuerdo…”.
La buena literatura impregna a ciertas ciudades y las recubre con una pátina de mitología y de imágenes, más resistente al paso de los años que su arquitectura y su historia, afirma Mario Vargas Llosa.
Existe un número significativo de novelas cuyo escenario es la ciudad de Medellín. Hay un hilo conductor desde la primera escrita por Tomás Carrasquilla en 1895, Frutos de mi Tierra (“pero, sea que el tono medellinense no se pueda sostener sino con antipatía y malas caras; sea que tan linda ciudad, en vez de alegrarlo, predisponga el ánimo á la displicencia; sea el afanado, constante trabajar, la lucha por la vida; sea el clima, únicamente, ó todo esto junto, es el hecho que, en tornando la gente á Medellín, se acabaron las relaciones conseguidas en otra parte, y mucha hazaña es que dos de aquellos amigos lleguen á reconocerse en la calle hasta el extremo de saludarse con un Adiós Fulano, y seguir de largo”), donde se utiliza la técnica naturalista y realista que da cuenta de la ciudad de aquella época, hasta las más recientes con estructuras heterodoxas donde se imagina el universo cambiante de Medellín, acudiendo a técnicas diversas y metáforas variables, en las que lo insólito se confunde con lo real, lo normal con lo absurdo, lo claro con lo difuso.
Fernando Vallejo en La Virgen de los sicarios narra el fragor y la escisión de Medellín: “Medellín son dos ciudades: la de abajo, intemporal, en el valle; y la de arriba en las montañas, rodeándola. El abrazo de Judas. Esas barriadas circundantes levantadas sobre las laderas de las montañas son las comunas, la chispa y leña que mantienen encendido el fogón del matadero…”
Helí Ramírez, en su libro La Ausencia de Descanso, en versos severos la poetiza: “Allá…Oh mi Medellín colgado de una gota de silencio…” y José Manuel Arango en su poema Ciudad la reivindica en su dureza: ”Esta es una ciudad amurallada entre montañas; uno mira en torno alzando la cabeza y ve sólo la línea azul de los montes, lejos sus picos: en el borde de una copa quebrada… … y en el fondo de la copa está la ciudad encerrada, dura”.
¿Cómo es en realidad esa Medellín que sirve de telón de fondo a los escritores? A esta pregunta intenta responder el proyecto Medellín visto por sus escritores. Se trata de una invitación de Vivir en El Poblado para reunir textos literarios que dejen ver Medellín al trasluz. Es un itinerario, que se emprende mediante la ubicación y búsqueda de autores, libros fragmentos, que tienen como escenario la ciudad aludida o evocada.
Envío: “La ciudad te seguirá. / Vagarás por las mismas calles. / Y en los mismos barrios te harás viejo/y en estas mismas casas encanecerás./Siempre llegarás a esta ciudad./ Para otro lugar -no esperes-/no hay barco para ti, no hay camino./ Al arruinar tu vida /en esta angosta esquina de la tierra en todo el mundo la destruiste”. Cavafis