A los 94 años, la principal preocupación de este personaje no es su futuro, sino el de la ciudad y El Poblado
Curiosamente, y a diferencia de otros de sus contemporáneos, que en todo caso no son muchos, de lo que menos quiere hablar Jaime Tobón Villegas a los 94 años es del pasado. No porque no lo recuerde con fechas precisas, nombres completos y dos apellidos, o porque le pueda la nostalgia, sino porque le parece más relevante hablar del futuro, y no del suyo, sino del de Medellín y El Poblado, el barrio donde vive y que tanto le inquieta.
“La pregunta es hacia dónde debe ir El Poblado en el año 2050 para atender a la gente que vamos a tener, en materia de servicios públicos, conectividad, vías, educación y salud, para hacer un hábitat favorable a todos y no esta cosa en que estamos hoy”, dice con aire de preocupación, sentado en el comedor de un apartamento arrendado, rodeado de libros y documentos que aseguran que para 2050 el país va a tener 70 millones de personas. “Siquiera ese año no nos coge vivos”, le comentamos. “A mí sí, no sé a usted”, contesta impávido.
Jaime Tobón Villegas sigue siendo el cachaco de años atrás. Lleva bombín, cargaderas, ahora dos bastones y desde el año 65 una infaltable corbata negra, como luto eterno por su madre.
Con una fresca voz de cuarentón se había comunicado hacía poco con Vivir en El Poblado para felicitar por el contenido de la edición 500 y para proponer un debate sobre el futuro de la comuna 14. “Usted quizás no me conoce. Soy Jaime Tobón Villegas, fui alcalde…”.
”Claro que sabemos quién es usted”, le interrumpimos al otro lado de la línea, sorprendidos por la vitalidad, no solo de su voz. Quedamos en visitarlo muy pronto para hablar de El Poblado y de él, cómo no, aunque no quería.“Mi disco duro está intacto”
“El secreto de mi vitalidad es este”, dice señalando los libros y textos de estudio. “Además, todas las noches hago balance mental, qué paso, qué hice en el día. Claro que en este momento no tanto -se queja- porque me quitaron dos o tres asesorías que tenía y estoy prácticamente en el aire, sin conseguir qué hacer”.
Quién creyera, pero este hombre que tiene la Cruz de Boyacá, entre un sinfín de condecoraciones más, se la pasó trabajando honradamente toda la vida y hoy tiene una pequeña pensión que, asegura, no le alcanza. En chiste, dice que recientemente le mandó la hoja de vida a un amigo y que este la remitió al jefe de personal de la empresa. “¿Qué es lo que usted quiere que haga con este señor Tobón?”, le preguntó el jefe de personal a su amigo. “Le queremos ayudar, no tiene recursos, no tiene nada”. “Pues se equivocó de dirección, mándelo para un hospicio”, concluyó el subalterno.
“Mi disco duro está intacto”. Jaime Tobón señala su cabeza. Todos los días, luego de dormir dos o tres horas, máximo, este abogado, exalcalde de Medellín en los años 67-68, exdirector nacional de Fenalco, antiguo integrante del Comité de Paro que tumbó a Rojas Pinilla, exgerente de EPM, exrector de la Universidad de Medellín y de la Universidad Libre de Bogotá, por solo citar algunos de los innumerables cargos ocupados, se levanta a leer periódicos, revistas especializadas, informes económicos, textos de historia, a recortar las noticias que le interesan y a escribir sus columnas para un periódico local. También se concentra en la revisión de su noveno libro: Trovas, chascarrillos y versos, próximo a salir.
A menudo sale solo, a cumplir sus citas en las diferentes juntas y comités de los que hace parte, o a entrevistarse con los mandatarios de Medellín y Antioquia para hablar sobre las necesidades de la región. “Somos parte del proceso de articulación territorial con el cual buscamos el desarrollo equilibrado y sostenible de las regiones de Antioquia. Soy el único exalcalde de Medellín que se interesa por el futuro de la ciudad”, apunta.
Regreso al pasado
A regañadientes acepta hablar de su niñez. Nació en la vereda El Tablazo, de Rionegro, y muy niño llegó caminando a Medellín, con tres hermanos y su madre viuda, que venía a cumplir el juramento que le hizo al esposo antes de morir: educar a los muchachos. “A las seis de la tarde llegamos a la Puerta Inglesa y mi madre consiguió con don Polito Londoño una casita en Buenos Aires, en el barrio Gerona, que le prestó la Sociedad San Vicente de Paúl. El agua la cogíamos de la pila de la esquina. Nos daban un bono de 60 centavos que yo cobraba -carne y leche, cero-, y con una maquinita de coser que yo conservo, con eso nos levantamos diez años, cuando mi hermano y yo empezamos a hacer mandados. Estudié en la Placita de Flórez, hasta cuarto de primaria, era excelente estudiante, y de ahí nos volvimos para Rionegro tres años. Un tío me dio trabajo y de diez años empecé a trabajar la tierra, fui obrero, cogía maíz, sembraba papa, cargaba leña”. Luego regresaron a Medellín, continuó el estudio, empezó Derecho en la Universidad de Antioquia y lo terminó en la Universidad Libre, en Bogotá, y … bueno, de ahí en adelante una larga historia de esfuerzos y méritos que merece espacio aparte.
“Con la frente en alto”
Por lo pronto, baste decir que Jaime Tobón Villegas insiste en convocar a todos los que tienen que ver con El Poblado para conformar comités de trabajo y pensar en los años venideros. “¿Qué están pensando las universidades, los centros comerciales, los inversionistas grandes, los constructores? ¿Vamos a seguir creciendo El Poblado en forma inmisericorde? Hay que pensar cuál es la regulación que le vamos a dejar a El Poblado para el futuro”. Y va más allá. “Como hay problemas con el dinero, propongo un fondo de desarrollo social con el gobierno municipal y los inversionistas; los particulares tienen que poner dinero para mejorar las condiciones de vida porque son los que más utilizan esta zona. ¿Cómo es posible que la banca colombiana se siga ganando lo que se está ganando y no pueden aportar un billón de pesos para El Poblado, si ellos van a ser los beneficiarios de los negocios, de los comercios, de la vivienda, de los carros, de todo? Hay que beneficiar a la comunidad también”.
En fin, el tema con Jaime Tobón da para largo y el espacio es escaso.
Sigue soñando, por ejemplo, conque el Congreso colombiano sea de una sola cámara “y ponerle control para que esos vagabundos no sigan haciendo lo que están haciendo”. Hace una pequeña pausa y concluye: “La honestidad a toda prueba, en primer lugar, ese es el acatamiento que la gente tiene conmigo. Saben que de todas partes salí con la frente en alto”.