Esa noche no pude dormir bien, me levanté varias veces a mirar el celular en busca de algo que calmara mi insomnio. Finalmente, logré dormir un poco; el peso de mis preocupaciones cerró mis párpados y silenció mis pensamientos e hizo efecto la píldora milagrosa para dormir. Pero al despertar, algo inusual me acompañaba: una bola enredada de estambre, con una maraña de colores y texturas, estaba al lado de mi almohada. Sin entender qué sucedía, intenté desenredarla, pero la frustración, el enojo y la ansiedad solo hacían que más hilos se enredaran. Miré más de cerca y descubrí algo muy particular, estaba compuesta por varias hebras de hilo y cada una tenía un color diferente. Me puse las gafas para ver mejor de cerca y observé que cada hebra de color tenía escrito algo: insomnio, estrés, insatisfacción laboral, ansiedad por dificultades financieras, desesperanza, vacíos emocionales, sentimientos reprimidos… y así seguían los colores y las palabras en mi bola de estambre. Al parecer, mi mente estaba tan saturada de estos sentimientos, pensamientos y emociones no gestionadas, que, sin más remedio, los enredó todos juntos y los puso al lado de mi almohada, ella se daba por vencida, ya me tocaba a mí hacerme cargo.
En primer lugar, traté de desenredarla con mis propias manos, pero fue inútil, entre más intentaba buscar el principio o el final del embrollo, más se enredaba la bola. Salí con prisa a buscar ayuda. Fui con mi familia, con mis amigos más cercanos, incluso con los médicos y psicólogos que conocía, pero ninguno pudo deshacer el enredo, de hecho, cuando veía que no lo conseguían, la ansiedad hacía que más y más hilos de colores se sumaran a la maraña. Finalmente dejé de intentarlo, era mejor continuar con ese enredo de sentimientos, emociones y pensamientos a que siguiera creciendo.
Mi bola de estambre y yo, nos sentamos en una banca del parque, bajo la sombra de un árbol, al menos allí podía detenerme, inhalar profundo y exhalar, entonces vi con asombro que una de las puntas de la maraña de hilos, se asomó. A mi lado, se sentó un señor con aire de sabiduría, me miró de reojo, sonrió y me dijo que lo que mi mente necesitaba en ese momento era un buen libro y una taza de café, que me fuera a mi casa y en el silencio, intentara desenredar mi mente con la compañía de las palabras y de las historias. Ya lo había intentado todo, no tenía nada que perder, entonces le hice caso a este consejero anónimo.
Sentada en mi sofá, solamente acompañada por la taza de café y mi bola de estambre, comencé la lectura. Me dejé llevar por cada palabra, le di forma, voz, personalidad y carácter a cada personaje. Sentí cómo mi respiración fue calmando la frecuencia de mi corazón, disminuyendo la velocidad a mis pensamientos y ayudando a que mis piernas inquietas, descansaran un poco. Estaba tan inmersa en la historia que hasta llegué a olvidarme por completo de la enredadera que tenía a mi lado y, por primera vez en varios días, logré quedarme dormida sin necesidad de la píldora milagrosa…
Esa mañana me desperté más liviana, esta vez el estrés no había dormido a mi lado. Miré y ya no había una bola de hilo enredada en mi cama, en su lugar, estaban los mismos hilos de colores con las preocupaciones de mi vida, pero yacían ordenados en fila, uno al lado del otro, la lectura, además de despejar mi mente, me ayudó a calmar mis emociones.
–Creo que mejor consigo otro buen libro y aprendo a tejer– pensé.