Fue un día caótico para Martina y para mí. Para empezar, nos despertamos tarde, por lo cual le tuve que decir a todos los músculos y articulaciones del cuerpo de Martina que se movieran, para que nos pudiéramos bañar y vestir rápido. Luego, sostuve una charla con todo su sistema digestivo (desde los dientes hasta el estómago), para que masticaran y realizaran la digestión del desayuno lo más pronto posible. Debíamos estar listos a tiempo, no podíamos dejar que el transporte escolar nos dejara.
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Al llegar al salón de clases, la profesora nos preguntó algo sobre el Sistema Solar. Pero, como no habíamos dormido bien, no era sencillo recordar lo estudiado sobre el tema. Rebusqué en los cajones de la memoria de corto y largo plazo, pero no pude recordar toda la información. En ese momento, Martina y yo sentimos algo de frustración y coraje, lo que hizo que su corazón latiera un poco más rápido, y que su respiración aumentara de frecuencia.
Al salir al descanso, perdimos el equilibrio mientras ella corría, por lo cual la gravedad nos empujó hacia el suelo. Entonces, la piel de su rodilla derecha me comunicó que se había hecho una herida, y pudimos sentir el ardor y el dolor de la raspadura. Hablé con las células encargadas de la reparación y les dije que las necesitaba en ese lugar para comenzar con el proceso de curación. Y, como si fuera poco, al final de la jornada, vimos que la profesora anotaba en el tablero que nos iba a hacer un examen la próxima semana, para reforzar los conocimientos que habíamos aprendido.
Yo soy el cerebro de Martina y estoy encargado de que ella funcione correctamente, pero hoy ambos nos sentíamos cansados, adoloridos y un poco malhumorados por todo lo que había sucedido. No había sido nuestro día.
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Llegamos a casa y, luego del almuerzo, cogimos el celular de mamá para ver algunos videos graciosos y, así, dejar de pensar por un momento. Pero, en lugar de sentirnos mejor viendo la pantalla, nos sentimos más agotados y cansados.
Durante la cena, le contamos a papá y a mamá todo lo que nos había sucedido ese día. Entonces vimos que sus ojos se encontraron, como si tuvieran una idea. Le dijeron a Martina que se pusiera la pijama y que los esperara en su habitación: querían leerle un libro sobre El Universo y su inmensidad.
La lectura en voz alta comenzó y quedamos inmersos en la historia, en el sonido de sus voces y en las imágenes del libro, lo cual hizo que nuestra imaginación se activara. El caos de ese día se fue diluyendo en las corrientes de agua dulce y agua salada que abundaban en el planeta Tierra, y el dolor que sentíamos por el raspón de la rodilla se fue desvaneciendo en los anillos de Saturno. Gracias a la lectura, nos sentimos más calmados. Entonces hablé con su corazón para que también se tranquilizara, para que latiera más despacio, para que bombeara la sangre a un ritmo más tranquilo. También hablé con sus pulmones y les dije que respiraran más profundo, que inhalaran sintiendo cómo el oxígeno ingresaba, y exhalaran para sacar el caos. Y conversé con sus piernas, pies y articulaciones para que se relajaran y se pusieran cómodos.
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Finalmente, todo estaba tranquilo, entonces apagué la luz de mi oficina y le dije a los ojos que se cerraran. Ya era hora de dormir. Pero, antes de irme, dejé prendido un botón, el botón de los sueños… Ahora Martina estaba viajando, como una astronauta, por su propio universo.