Por Juan Sebastián Mora
Colombia es un país que Manu Chao carga en el corazón; del que ha conocido de primera mano sus contrastes, vicisitudes y el encanto de sus rincones más recónditos. En 1993, en compañía de su grupo Mano Negra, otros músicos, malabaristas y trapecistas, lo recorrió en el Expreso de Hielo, un arriesgado viaje en tren a través de las vías ferroviarias abandonadas, de la costa caribeña hasta la capital. La quijotesca travesía, que incluyó actuaciones en pueblos, descarrilamientos y encuentros con grupos al margen de la ley, fue tan alucinante como tensionante, y la causante del principio del fin de Mano Negra.
Al margen de su sencilla existencia en Barcelona, a Manu Chao siempre le ha gustado estar “en la carretera”. Su imagen, actitud, filosofía y, ante todo su música, personifican el estilo de vida del viajero errante, del inmigrante forzado a partir, del aventurero globalizado sin hogar permanente. De ahí que, pese a no publicar un álbum de estudio desde La Radiolina en 2007, su gusto por las giras nunca ha desaparecido.
Manu Chao y La Ventura
Tras dos conciertos gratuitos en Leticia y Barranquilla, el primero como parte de un colectivo de músicos que busca promover la protección del Amazonas, Manu Chao aterrizó en Medellín. En su tercera presentación en la ciudad, el recinto elegido fue el Orquideorama del Jardín Botánico, donde ya había tocado en 2006.
Los teloneros locales, el grupo de hip-hop Alcolirykoz y la banda de reggae Coffee Makers, estuvieron a la altura de las circunstancias con actuaciones convincentes que sirvieron como preámbulo para la maratónica intervención de Manu Chao y La Ventura.
El bajista y encargado de las secuencias electrónicas, Gambeat, fue el primero en salir al escenario. Como lo hizo en todo el concierto, arengó con entusiasmo y encendió el ambiente para recibir a Manu Chao y al resto de la banda: el guitarrista Madjic, el ex percusionista de Mano Negra Philippe Teboul, y la sección de vientos con sello colombiano: el trompetista Juan Camilo Vásquez y la trombonista Daniela Nieto.
El natural estallido masivo por la aparición del cantante, seguido por un breve punk semi-instrumental, desembocó en el habitual número de apertura Mr. Bobby, ese reggae en cuya letra sostiene una conversación imaginaria con Bob Marley sobre la demencia global y personal.
Como sucede en algunos de sus discos de estudio, las melodías, arreglos, letras y tempos de las canciones se entremezclan, relacionan y transforman en híbridos o mosaicos. La transiciones entre Se Fuerza la Máquina con Día Luna Día Pena; Rainin’ in Paradize con Mi Vida; y La Primavera con Me Gustas Tú fueron vibrantes ejemplos en vivo de esa capacidad de fundir canciones con inusual habilidad. Y es que para Manu Chao no hay barreras al fusionar: ni lingüísticas (canta en español, inglés, francés, portugués, italiano y hasta árabe) ni musicales (su propuesta escapa a las etiquetas y transita la canción social, el ska, el hip-hop, el flamenco, el reggae, el punk, el hard rock, el chanson y una lista inagotable de géneros).
Los temas de estructuras un poco más estables y acústicas, donde coquetea con el folk, fueron los que arrancaron más aplausos del público. La trilogía de himnos del inmigrante al borde del abismo, Clandestino, Desaparecido, Bienvenido a Tijuana; y La Vida Tómbola, esta última escrita para el documental de Emir Kusturica sobre Diego Maradona, se ajustan a la descripción anterior y son piezas cruciales en la discografía y repertorio en vivo del cantautor.
Tampoco olvidó a Mano Negra. Machine Gun y King Kong Five fueron algunas de las canciones que introdujo al set list pertenecientes al grupo que, desde finales de los 80 hasta mediados de los 90, fue uno de los referentes de lo que los norteamericanos simplifican como world music.
Para el recuerdo, el regreso de Alcolirykoz a la tarima, quienes improvisaron algunas rimas con Manu Chao y La Ventura. Además de ciertas intervenciones de representantes de grupos ambientales y sociales nacionales, afines a los ideales revolucionarios de igualdad y esperanza que el cantante ha promulgado durante toda su carrera.
Como era de esperarse, las bombas comerciales las reservó para el cierre. Rumba de Barcelona, fue cantada a todo pulmón por los 3.900 espectadores. Mala Vida, el hit que puso en el mapa a Mano Negra, enardeció el tenue pogo experimentado entre los sectores más cercanos al escenario.
Cuando el adiós parecía inminente, llegó el Señor Matanza, canción compuesta en Colombia y que, según Manu Chao, no se refiere específicamente a Pablo Escobar sino que “está dedicada a cualquier cacique mafioso de América Latina o del mundo ”. El Hoyo, tonada del álbum La Radiolina, fue el punto y aparte de un concierto casi sin pausas (durante dos horas y media), en el que el cantante y su banda dieron una impresionante lección de aguante, talento escénico e hiperactividad musical.