Yo no creo que “todo tiempo pasado fue mejor”. Aunque romantizamos la vida bucólica, la verdad es que es una vida muy dura. Sin embargo, como todo buen adicto, cada vez necesito más dosis de monte, de manigua.
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Hace poco me pegué una voladita a conocer el oriente del país. Como muchos de los que me conocen sospecharán, la principal razón fueron las aves. Sin embargo, otra gran motivación fue la compañía: un profe experto en aves, mamíferos y herpetos con una gran vocación de enseñanza, y un exejecutivo enamorado de las aves que se entregó a su conservación, a divulgar conocimiento y a ser ejemplo vivo de los beneficios que traen para la salud mental y física.
Empecé el recorrido por Inírida, en Guainía. Es como un país diferente: una de cada tres aves que vi eran nuevas para mí. La vegetación también era nueva para mí. Los ríos teñidos. Las rocas sobresalientes. Las arenas blancas como las de las playas del Caribe. La manigua abundante, sobrecogedora. Duele un poco saber que detrás de esa hermosa abundancia se esconde el cáncer de la minería –muchas veces ilegal– de metales raros, necesarios para alimentar nuestra sed de aparatos y fetiches modernos.
Como si no hubiera sido suficiente, continuamos hacia la vertiente oriental de la cordillera oriental. Llegamos a Ubalá, Cundinamarca, en donde visitamos una hacienda que se ha dedicado a preservar bosques nativos por años. Colibríes, tucanes y carpinteros. Mariposas. Con una salidita nocturna, el profe encuentra serpientes casi desconocidas, ranas y lagartos que pocos tenemos la fortuna de conocer. Nos cuenta casi todo lo que sabe de ellos.
Seguimos con el sueño de conocer al oso andino en Guasca, Cundinamarca. Cuando ya habíamos perdido las esperanzas de conocer a Estrella (una osa muy mansa que vive en el páramo), aparece un enorme macho mucho más tímido que huye al sentir nuestra presencia. Verlo caminar por lo que era un humedal (drenado para buscar oro) eriza la piel de los más insensibles. Aprendemos que las jaurías de perros asilvestrados son una de las mayores amenazas para la vida silvestre y la economía campesina.
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Finalizamos nuestro viaje en la reserva Mana Dulce, en Agua de Dios, Cundinamarca, un gran proyecto de conservación de 72 hectáreas de bosque seco tropical, uno de los hábitats más amenazados del planeta. Su propietaria nos narra la historia de los esfuerzos de su familia por protegerlo y de la necesidad de contagiar a otros para que lo hagan
Aprende uno solo con estar. Con sentir los diferentes olores de la tierra, el agua y el aire. Aprende de lo húmedo y de lo seco. Del guainiano y del cundinamarqués. De la selva, del páramo y del bosque seco. De los amigos, sus pasiones y sus entregas. De las aves, los insectos, los mamíferos, los herpetos y las plantas. De la manigua.
Hace poco decidieron en EAFIT “dejar enmontar” una de sus casas. Deliberadamente. Sembrar plantas nativas, dejar que la naturaleza nos enseñe un poco y trabajar conjuntamente por espacios más frescos, con más vida, con más colores. Decidieron llamarla “Casa Manigua”. Rebotó alguien diciendo que “manigua” era una palabra negativa, asociada con el desorden y la disfuncionalidad. Creo que le falta aprender. Creo que le falta entrar al monte. Creo que le falta manigua.
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