La cocina macrobiótica llegó a ella por azar. Una amiga se la recomendó como una solución natural a una enfermedad (ovarios poliquísticos) que le dificultaba quedar en embarazo y le exigía tomar pastillas para regular su ciclo menstrual.
Paula Hoyos, diseñadora de modas, que durante toda su vida había llevado un régimen alimenticio tradicional, se contactó con Gala, hija de Patricia Restrepo, directora del Instituto Macrobiótico de España, e hizo los primeros pinitos en esta dieta y filosofía de vida. Más tarde, viajó a ese país para formarse en ese instituto y obtener un conocimiento profundo y formal.
A los tres meses de seguir esta dieta, sin necesidad de pastillas, Paula tenía los ovarios en perfecto estado y a los siete estaba en embarazo de su hija Belinda, a quien hoy le inculca, con amor y responsabilidad, las bondades de una alimentación sana y sanadora como considera la macrobiótica.
Comer con consciencia
Si bien los fundamentos se remontan a la medicina ancestral japonesa e incluso a la Antigua Grecia (el mismísimo padre de la medicina, Hipócrates, recomendaba que “el alimento sea tu principal medicina”), el considerado padre de la macrobiótica moderna es Sagen Ishizuka, un médico militar nipón que logró curarse de una enfermedad renal por medio de esta dieta. Uno de sus incontables discípulos, George Ohsawa, la perfeccionó y popularizó en el mundo. Más tarde, Michio Kushi, alumno de Ohsawa, la convirtió en una moda en los años setenta, particularmente en Estados Unidos, entre las personas de clase alta y celebridades como John Lennon y Yoko Ono, quienes en esa década residieron en Nueva York.
La macrobiótica es una alimentación basada en el principio de equilibrio del yin y el yang, concepto que expone la dualidad de las fuerzas opuestas y complementarias presentes en lo que existe en el universo. En este caso, los orientales lo aplican en la alimentación de una manera más científica: la relación entre el sodio y el potasio y cómo su equilibrio en el organismo es clave para una salud óptima.
“La práctica macrobiótica busca la armonía, el equilibrio y la libertad a través de la selección de los alimentos que ingerimos. Toma los ingredientes que la naturaleza ofrece y los transforma de una forma casi alquímica manteniendo, modificando o generando nuevas cualidades energéticas en el alimento y sus efectos en el cuerpo”, sostiene Paula Hoyos.
Alimentarse al ritmo de la naturaleza y el cuerpo
Comer lo que brinda el entorno para adaptarnos mejor a este, es uno de los principios básicos. De acuerdo con Paula Hoyos, “los alimentos, sobre todo las verduras y la frutas de la región en la que vivimos, contienen todos los nutrientes necesarios para vivir mejor en ésta. La macrobiótica favorece e incentiva el uso de productos locales, de producción orgánica, libres de pesticidas, aditivos químicos, saborizantes, texturizantes y conservantes. Prefiere alimentos vivos como los granos enteros integrales, las leguminosas, las verduras, frutas, semillas, algas, condimentos naturales, bebidas sin estimulantes y los endulzantes naturales. Propone formas adecuadas de cocción de los alimentos conservando así sus propiedades, nutrientes, vitaminas y resaltando su sabor”.
La cocina macrobiótica evita los lácteos, las carnes (a excepción del pescado, aunque este debe provenir de pesca profunda –no de cultivo– y de un proveedor confiable y responsable con el medio ambiente), los postres y las harinas refinadas. Hace énfasis en el consumo de frutas y verduras de temporada y en alimentarse e hidratarse según el cuerpo lo requiera, sin excesos.
La personalidad de cada individuo y las condiciones climáticas del entorno en el que habita son otros parámetros de la cocina macrobiótica. Pues con la selección de los alimentos es posible potenciar o contrarrestar cualidades personales y generar sensaciones: refrescar o calentar, producir calma o energía, concentración o dispersión.
“Una alimentación macrobiótica se centra en el individuo y sus necesidades. Para entender la macrobiótica se requiere de práctica. Para la práctica se requiere observación y escucha de nuestro cuerpo”, resume Paula Hoyos, quien comparte con La Buena Mesa de Vivir en El Poblado, una de sus recetas: crema de zanahoria sin lácteos.
Los interesados en contactar a Paula Hoyos y obtener información sobre sus clases prácticas de cocina macrobiótica pueden escribirle a [email protected]
Crema de zanahoria sin lácteos
Ingredientes (para 4 raciones)
• 650 gramos de zanahoria.
• 600 gramos de cebolla de huevo blanca.
• 4 cucharadas de germinados.
• 4 cucharadas de semillas de girasol.
• 4 cucharitas de miso (pasta de soya fermentada –preferiblemente orgánico–).
• Pizca de sal marina (sin refinar).
• Aceite extravirgen de ajonjolí prensado en frío.
Preparación
Lavar las semillas de girasol y secarlas. Colocar una sartén al fuego para que se caliente. Una vez esté caliente, agregar las semillas de girasol y remover constantemente. Las semillas irán cambiando su color y se pondrán doradas. Se podrá percibir un delicioso aroma a tostado. Reservar las semillas tostadas.
Cortar la zanahoria en trozos grandes y homogéneos. La cebolla en medias lunas. Poner una olla en el fuego y dejar que se caliente un poco, agregar aceite de ajonjolí, la cantidad suficiente para que cubra con un ligero velo el fondo de la olla. Esperar unos segundos para que se caliente un poco y agregar las cebollas. Removerlas enérgicamente con una espátula para que se unten con el aceite y agregar una pizca de sal. Saltear a fuego alto por unos 2 minutos removiendo, bajar el fuego y tapar para que se cocinen en su jugo por 10 minutos. La sal saca el dulzor de las cebollas y las dora ligeramente. Destapar y agregar la zanahoria en trozos, agregar agua que cubra a ras o que sobrepase apenas las verduras (la cantidad de agua añadida hará que la preparación resulte más cremosa o más líquida). Cocinar en bajo y con tapa durante 30 minutos.
Destapar, retirar un poco del caldo de cocción, la cantidad suficiente para llenar media taza. Tomar el miso y agregarlo a este caldo, mezclar hasta diluir. Agregar de nuevo a la olla y dejar cocinar 5 minutos más sin que hierva (el miso pierde sus propiedades cuando hierve).
Colocar todo en una licuadora. Licuar hasta que quede sin trozos. En este momento se podrá ajustar la consistencia de la crema añadiendo más agua, si se prefiere menos cremosa. Servir la crema con los germinados y las semillas tostadas.