Jugar de manera patológica puede ser tan dramático para una persona como cualquier adicción a una droga. Así se evidencia en este artículo de nuestra campaña ¡Estás vivo, vive!
Contrario a lo que le ocurre a la mayoría de las personas, Carlos le da hoy gracias al cielo cuando no tiene un peso en el bolsillo.
La historia que explica este pensamiento empezó 20 años atrás, cuando él tenía 39 y trabajaba haciendo diligencias a sus vecinos en Belén (Fátima), sector en el que vivía.
Un día, mientras pensaba que estaba logrando una estabilidad para sostener a su hija, Carlos se encontró con unos amigos en el Centro de Medellín. Estos lo invitaron a uno de los tantos casinos.
Ese día cambió 2.000 pesos en monedas y de paso cambió su vida. Jugó un rato en una máquina tragamonedas. Al terminar la jornada había quintuplicado su dinero. Esa semana fue un par de días más y siempre ganó.
A partir de ahí la vida de Carlos no fue la misma. Quería hacer apuestas mucho más elevadas, se quedaba tardes enteras jugando, ya no estaba pendiente de las personas que lo mandaban a hacer trámites y empezó incluso a gastarse el dinero que ellos le daban para pagar las diligencias.
Como quedaba en deuda con ellas, para poder tapar el hueco sacaba de la plata que otra persona le confiaba.
Solucionar su iliquidez lo llevó a empeñar las joyas de su madre. Llegó al punto de que después de haber conseguido un nuevo trabajo hizo y deshizo con la caja menor de la empresa.
Sin darse cuenta ya había pasado 10 años en las mismas, cada vez con más deudas y problemas en su entorno social y familiar.
Hay un día recordado por Carlos con especial nitidez. Era diciembre y se encontraba en la Terminal del Norte rumbo al municipio en el que vivía su hija adolescente. “Yo estaba feliz porque me habían dado la prima, la liquidación, las vacaciones, el aguinaldo y la quincena. Mi idea era visitar a mi hija, llevarle regalos y darle una plata para que se inscribiera en la universidad”, cuenta.
Como le avisaron que faltaban dos horas para que arrancara el bus pensó que sería buena idea ir al casino a divertirse un rato.
Con tanto dinero en el bolsillo quiso hacer apuestas grandes. En muy poco tiempo se había gastado la mitad. Quizá era hora de retirarse, pero Carlos pensó que debía recuperar lo perdido y siguió adelante. Dice que sintió frío, sudoración, ansiedad y un gran vacío. Se sentía anestesiado.
Al final de ese corto periodo, sólo quedó con dinero para pagar el pasaje de ida y luego le tuvieron que dar para que regresara a la ciudad.
Cayó en una tristeza profunda preguntándose cuándo iba a parar. Por esos días decidió que necesitaba ayuda y acudió a Jugadores Anónimos, un grupo que se reúne cerca al parque de Belén a compartir experiencias. Carlos asiste desde hace ocho años. Allí ha podido expresar sus sentimientos y ha logrado juntar años enteros sin recaer.
“Al tener una crisis la recomendación que nos hacen es que nos llamemos entre compañeros para convencernos mutuamente. Además, nos recomiendan salir sin un peso y ni siquiera con tarjeta débito porque en un casino o casa de apuestas tienen todos los sistemas de pago”, dice.
Carlos habla con propiedad de su caso y parece feliz. Aunque tuvo una recaída hace tres meses, siente que va por buen camino. Esta vez parece estar dispuesto a no dejar su vida al azar.
Una voz experta
Vivir en El Poblado, en el marco de su campaña de prevención de adicciones ‘Estas vivo, vive’, habló con la pedagoga y especialista en farmacodependencia, María Adelaida Storti, quien investigó durante tres años acerca de la ludopatía, en compañía de profesionales de la Universidad Luis Amigó.
En su análisis, describe que el juego de azar va desde un bingo hasta las apuestas de gallos, pasando por las loterías y las apuestas de poker (incluidas las de Internet).
Según ella, hay cuatro clases de apostadores: el experimental, que lo hace una vez y difícilmente repite. Está el jugador social, que sabe cuánto tiempo y dinero invierte, sin superar los límites. También está el profesional, quien llega a los centros de apuestas y sabe analizar cuándo una máquina va a soltar los premios mayores. Estas personas han llegado a quebrar casinos. El cuarto grupo es el de los ludópatas, quienes comúnmente pasaron por los primeros dos estados de juego, pero que empiezan a trasgredir los limites en la inversión de tiempo y dinero.
“Estas personas presentan deterioro laboral a causa del juego, se quedan hasta 24 horas en el interior de los casinos y entran en quiebras económicas. Tienen una personalidad mágico-fantasiosa que los lleva a creer que ven señales o números ganadores en las placas de los carros o que sienten que una máquina tragamonedas específica es la indicada para ganar”.
Otro punto diferencial entre un apostador social y un ludópata es que el primero por lo general se retira cuando gana, en cambio el ludópata dobla la apuesta. En ocasiones no comen ni duermen bien. Son personas solitarias, con baja autoestima y poca tolerancia a la frustración.
< María Adelaida Storti
Adicción con drogas y adicción comportamental
Ambas adicciones tienen dos características similares. La primera es la dependencia psicológica. Esta tiene que ver con una relación existencial con el juego que lleva a los individuos a decir que juega porque está estresado, triste, excitado o con rabia, igual que los farmacodependientes. La otra similitud es la tolerancia. Esta tiene que ver con aumento progresivo de las dosis, que en el caso de la ludopatía es incremento progresivo del tiempo y del dinero que se invierte. “La dependencia física es más marcada en el uso de drogas por obvias razones, aunque se dan casos en los que si las personas no juegan pueden presentar irritabilidad o insomnio”, aclara la experta María Adelaida Storti.
Un ambiente propicio para la ludopatía
Según un estudio realizado por la Universidad Luis Amigó hace un poco más de un año (el más reciente sobre el tema), en Medellín hay 76 casinos. Sin embargo, advierte la investigadora Storti, quien hizo parte del grupo: “Este número es mentiroso o por lo menos impreciso, porque solo se analizaron las marcas de casinos, los cuales en realidad tienen hasta cinco y seis sucursales cada uno”.
Acerca de estos espacios, el estudio no los declara como culpables de la ludopatía, pues advierte que es más bien un proceso personal que tiene que ver con canalización de vacíos emocionales, pero sí expresa que estos son lugares diseñados para detonar ciertos comportamientos compulsivos. Por ejemplo, dice, “los casinos no tienen ventanas ni relojes, para que las personas pierdan la noción del día y la noche y así no adviertan la gran cantidad de tiempo que ha pasado. Por otro lado, como muchos funcionan 24 horas y tienen shows eróticos en su interior, muchas personas aprovechan para rematar las rumbas en estos lugares. Estos sitios deberían tener letreros grandes que adviertan que el juego puede ser nocivo para algunas personas”.
< Álix González
“Alimentaba mi ego jugando”
Aunque Álix González lleva ocho años rehabilitada de su ludopatía, hace pocos días jugó con unos amigos de una manera lúdica, sin apuestas. Expresa que empezó a sentir una ansiedad muy fuerte, sudoración y un sentimiento competitivo muy intenso que la llevó a querer ganar a como diera lugar.
Una sensación similar sintió a sus 20 años cuando entró por primera vez a un casino. Se sentía excitada en aquel mundo lleno de color y magia.
Quizá tuvieron que ver el alcoholismo de su padre y la drogadicción de su hermano, el caso es que ella canalizó su adicción por el lado del juego. “Era tal vez la mejor manera que yo veía en ese momento para dirigir mi competitividad y mi ego. En últimas me di cuenta de que lo que yo buscaba era afecto, compañía y aprobación y que solo me había escudado en las ganas de tener dinero para obtener todo esto”.
Luego Alix sintió que ayudando a otros se sentía plena y así salió de su infierno. Empezó su proceso en el grupo Jugadores Anónimos, en Belén, y hoy en día hace parte de la fundación Paso a Paso, que ayuda a personas con diferentes tipos de adicciones.