“El conflicto colombiano nos afectó a todos y es importante ir más allá del miedo y la incapacidad para escuchar”.
Lucía González puede ser una investigadora, alguien que dice lo que muchos estaban pensando y nadie se atreve a decir, la mujer que celebra una obra de teatro, la que escucha con sensibilidad, la que tiene una buena memoria para recordar una cara, una cifra, un nombre. Puede ser también la que después de viajar por el país y sentir vergüenza al ver el abandono de los pueblos indígenas, propone, habla con calma y piensa cómo se está sintiendo el que transcribe un testimonio doloroso, para ayudarle.
Es julio de 2022, y Lucía González ha dejado nuevamente su casa de los últimos años en Bogotá, para venir a Medellín junto a sus compañeros de la Comisión de la Verdad. La intención es compartir el contenido del Informe Final, un documento elaborado después de cuatro años de recorridos y entrevistas en las que escuchó a todos los que hicieron parte, de alguna forma, de un conflicto armado que incluye muertes y heridas variadas. También fuerza para llevar lo que parece más doloroso: el destino incierto de un familiar, ríos que llevan cuerpos o deseos de poder que sacan del camino a todo el que se atraviese: mujeres, niños, hombres mayores, padres de familia.
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Todo esto es posible gracias a uno de sus dones: el gusto por la gente, por los otros, sin importar de dónde vienen, si son muy distintos. “No me da miedo hablar con ninguna persona. Más allá de lo que yo vea o digan, hay un ser humano”, explica.
Arquitecta de profesión, ha trabajado en temas de derechos humanos, memoria, construcción de paz y ha sido asesora para la solución de conflictos sociales. Fue directora del Museo de Antioquia y del Museo Casa de la Memoria. También fue directora del Proyecto Equidad en el Centro de Fe y Culturas, en Medellín. Dirigió la Unidad Nacional de Víctimas, el Teatro Pablo Tobón y ocupó el cargo de directora ejecutiva de la Orquesta Filarmónica de esta ciudad.
Como parte de su trabajo ha recibido las críticas con calma genuina. Y llegó a todos los lugares donde la necesitaron: a un pueblo en la selva, a una sala de juntas con funcionarios o a la finca de un expresidente. Durante varios años no ha tenido sábados ni domingos libres. Y probablemente tampoco los tenga pronto.
Cuando se le pregunta por elementos que le han permitido hacer un trabajo como este, responde: “La misión, saber que hay un compromiso mayor”. Eso le ha permitido aplazar reuniones con los amigos, dejar de ir a conciertos. Y así será tal vez, por un tiempo, mientras termina este trabajo al que define como una “misión”.
De ella admiran la capacidad de unir personas provenientes de sectores distintos, la paciencia para lograr que dos personas se acerquen, la convicción de que el arte y la cultura pueden lograr otros resultados.
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Son casi las 5 y 30 de la tarde y en una sala del Palacio de la Cultura la espera un grupo de personas al que han llamado “Aliados de la Comisión de la Verdad”. Antes de esta reunión en la que buscarán formas de compartir el contenido del “Informe Final” con otros, recibe abrazos, saludos, conversa un poco. Antes de subir las escaleras, aclara que lo contenido en ese texto amplio que es el Informe Final “no es resultado de un capricho. Si toda la gente que vive en este país no vive bueno, nadie lo hará. Nos han transmitido una narrativa del enemigo con la que debemos terminar. Debemos ponernos en el lugar del otro, porque aunque seamos diferentes, somos los mismos”.