Los retratos de Leonardo Tobón

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“… Necesito querer, admirar, respetar a la persona de quien voy a hacer el retrato. Si ninguna de estas tres condiciones, o por lo menos una, está presente, seguramente hago una fotografía del personaje, pero no hago un retrato…”

Carlos Tobón

Por Saúl Álvarez Lara

Carlos Tobón es retratista, lo sabe desde sus inicios en la fotografía. Una fotografía es la descripción detallada y ordenada de un sujeto, de una situación, de una cosa. Un retrato es algo distinto, necesita unas condiciones, un ritual. Un retrato va más allá de la imagen. “Necesito querer, admirar, respetar a la persona de quien voy a hacer el retrato. Si ninguna de estas tres condiciones, o por lo menos una, está presente, seguramente hago una fotografía del personaje, pero no hago un retrato”, dice Carlos Tobón en su estudio de El Poblado, en Medellín.

“Aceitero”, de la serie Memoria. Fotografía digital
Hacer un retrato requiere un ritual, una preparación, a veces es necesario pasar horas, y hasta días, conversando con el personaje. Crear los lazos entre el sujeto y el fotógrafo es indispensable, el respeto debe ser mutuo. Aparte de la admiración del fotógrafo hacia el sujeto, quien va a ser retratado debe mirar la cámara con el mismo respeto.

Vinimos a su estudio a preguntarle sobre las fotografías que ilustran las portadas de las dos recientes ediciones de Vivir en El Poblado. No vinimos a hablar de retratos. Sin embargo, no es posible abordar la fotografía sin hablar de aquello que lo emociona como artista: la posibilidad de retratar en sus sujetos aquello que es imposible ver con el ojo desnudo; y por otro lado, ver cómo él, Carlos Tobón fotógrafo, se ve, se siente, se retrata a su vez, en los sujetos de sus retratos.

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Pero volvamos a las fotografías. Se trata de una serie que tituló Memoria. Quizá la pregunta siguiente debió ser por qué las herramientas de carpintero y ebanista, sujeto de las fotografías, que fueron de su padre don Leonardo Tobón, pasan frente al lente de la cámara en el más puro claroscuro de los primitivos flamencos, como en los retratos Rembrandt, por ejemplo, o incluso en las obras de Caravaggio, pintor del Renacimiento italiano. ¿Serán retratos? me pregunto, pero no lo digo.

Para hablar de las fotografías nos remontamos a los años en que Carlos, el noveno de doce hermanos, vivía con sus padres en San Roque, una población del nordeste antioqueño, pacífica y bella, donde todo era perfecto. Don Leonardo era carpintero y ebanista. Todo trabajo en madera pasaba por su taller. Desde el pulimento de un tablón de repisa hasta la obra en madera más exigente. Las bancas, los cielorrasos con adornos tallados y los confesionarios estilo Art Nouveau de la iglesia de San Roque y de otros pueblos cercanos, fueron obra suya. Los muebles de sala de las casas del pueblo, los armarios, las mesas, incluso los ataúdes pasaban por el taller de ebanistería de don Leonardo.

Allí, entre formones, cepillos para madera, escuadras, niveles, moldes de ebanistería, compases y medidores, bloques de cera, olores de cola y de madera, y viruta, mucha viruta, Carlos y sus hermanos pasaron una niñez feliz de la que solo quedan recuerdos gratos. A pesar de que don Leonardo no permitía la entrada de ninguno de sus hijos al taller de carpintería, este era el centro de la casa y toda la vida circulaba alrededor. Cuando se vinieron a vivir a Medellín, a comienzos de los años setenta, primero en La Milagrosa y luego en Belén Granada, la carpintería siguió siendo el centro de la familia. A la muerte de don Leonardo, los hijos distribuyeron entre ellos lo que había en el taller. Como ninguno era carpintero, herramientas y bancos de trabajo quedaron como la imagen presente de don Leonardo.

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Quizá por un presentimiento, quizá por su sentir de retratista, Carlos pidió a sus hermanos que le prestaran las herramientas de su padre que les habían correspondido. Hace más de quince años las tiene en su estudio, hace más de quince años piensa en lo que va a hacer con ellas. Cuando sus hermanos se lo preguntan, responde que lo está pensando. Hace ocho años hizo una primera serie de fotografías, pero a pesar de que su sentimiento estaba totalmente representado en aquella primera serie, no era lo que él quería. Así sucede con los retratos, no siempre salen al primer intento. Recordemos que un retrato es relación, emoción, intensidad y, en el caso de las herramientas de don Leonardo, es una intimidad y un sentimiento profundo el que Carlos, el retratista, debe representar.

Hace pocos meses, para hacer las fotografías de un libro sobre Gregorio Cuartas, otro artista de San Roque, Carlos viajó a Europa a fotografiar algunas de las obras de Cuartas en colecciones europeas. Y visitó los museos y se encontró otra vez con los primitivos flamencos, con la luz de Rembrandt, con los pintores del Renacimiento, sus claros y oscuros, su intimidad, y vio en esos retratos las herramientas de carpintería y ebanistería de don Leonardo y lo vio retratado en esa luz, en esa intensidad.

Las obras en portada de Vivir en El Poblado son, me atrevo a decirlo, los retratos de don Leonardo, el carpintero y ebanista de San Roque, su padre. Son los retratos en los que lleva pensando cerca de quince años. Carlos Tobón siempre ha sido retratista.

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