Se han convertido en parte habitual del paisaje de las calles de Medellín. Hay quienes creen —yo lo creía así— que por su forma eran hechos para otra cosa y no como separadores viales, pero en realidad tienen ese propósito.
Los maletines naranja en algunos casos permanecen por meses y hasta por años —cuando las obras son suspendidas por algunas razón contractual— en las calles, cumpliendo una función temporal, que a veces pasa a ser permanente.
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Luis Guillermo Mejía, líder de control de la Secretaría de Movilidad, señala que su dependencia y la de Infraestructura Física son las que más los utilizan, debido a exigencias de las normas técnicas para el cierre de vías. Su nombre técnico es “delimitador de cierre de obra” y se les exige a entidades públicas y contratistas que adelantan obras públicas, también a los privados.
“Son hechos en resina o plástico y su vida útil es de unos tres años máximo porque están expuestos al sol y al agua”, dice Mejía, quien advierte que en ocasiones son objeto de hurto porque el material es útil para otros usos.
Carolina Farías, de la empresa EF Export, una de las proveedoras de estos maletines —también está, entre otros, Rotoplast—, dice que sus clientes principales son los contratistas de obra y que para su elaboración se guían en las normas. La medida estándar es de dos metros de ancho por un metro de alto.
Rotoplast describe sus ventajas: “son estables ante fuertes corrientes de aire, gracias a su diseño que permite el paso del aire. Permiten hacer cadenas lineales y curvas y poseen cintas reflectivas para mayor y mejor visibilidad”.
Su valor unitario está entre $290.000 y $350.000. En 2016, señala el funcionario Mejía, fue la última compra de maletines para Medellín: se adquirieron 500, que van rotando según la necesidad.