“De eso sí que somos expertos: de cómo orinan las mujeres”, dice Juan Ignacio Correa y no exagera, pues se dieron a la tarea de preguntar, una a una y sin rodeos, a más de quinientas de todos los estratos y universidades: “¿Vos cómo orinás?” Y aunque debieron haber despertado suspicacias, todas les revelaron sus secretos. ¡Oh sorpresa! Resultó tal variedad de técnicas que ni las mismas encuestadas se imaginaban las maromas que hacían las otras, con tal de no sentarse en los inodoros públicos. Descubrieron que el 93.5% de las mujeres no se sienta ni se sentaría en un sanitario público. Salió a la luz “el águila”, temeraria pirueta que ha mandado a algunas de ellas a una sala de urgencias, pues implica caída y heridas de indudable incomodidad. Fue con base en las minuciosas confesiones que diseñaron el sanitario público femenino ideal, aquel por el que las mujeres les quedarán eternamente agradecidas, en caso de que logren usufructuarlo, y de paso pudieron graduarse como ingenieros de diseño, en Eafit, porque la investigación era para la tesis de grado. “Valga decir que en el diseño de dicho orinal -como le llaman ellos porque no tiene espejo de agua y, por tanto, no salpica- está interesada una empresa especializada en el ramo, de la cual depende que se justifique que las damas hubieran abierto su alma.
Vendedores de conocimiento
El orinal femenino se convirtió en una verdadera escuela para ellos y un punto de partida. “Esa tesis nos preparó para lo que nos iba a tocar investigar en adelante. Además fue el primer proyecto que hicimos buscando comercializar proyectos, que es el enfoque que se da en Eafit”. Desde entonces, Esteban González y Juan Ignacio Correa no han dejado de crear y diseñar. Ellos y otro compañero, Pedro Isaza, son los “Giro Sintornillos del Parque Lleras”. A una cuadra de allí tienen su taller y su oficina donde piensan, leen, inventan, investigan y trasnochan entre libros, fórmulas matemáticas, principios de física, artículos científicos, computadores, motores, alambres, brazos mecánicos y aparatos indescifrables, a la manera de los memorables inventores de las caricaturas: creando genialidades en medio de un semicaos.
Sin llegar a los 30 años se han dado el lujo de exportar su conocimiento a países como Estados Unidos y Japón. Aunque parezca paradójico, su método de trabajo es muy simple: los contratan para desarrollar ideas que las empresas necesitan. “Nosotros les prestamos el servicio porque tener un departamento con unos locos pensando es muy costoso”.
“Esto con qué se come”
Han desarrollado productos que van desde la aparente simpleza de una patineta eléctrica, o cargadores de celulares para salas de espera de aeropuertos, pantallas digitales ambulantes con baterías, o envolvedores de maletas, hasta un transductor transvaginal bovino para fertilización in vitro. Gracias a su capacidad investigativa logran saber tanto de cada tema que una vez concluyen sus trabajos se convierten en consultores de quienes los contratan. Las palmas, sin embargo, se las lleva una sofisticada máquina de control numérico, la punta en tecnología de manufactura en el mundo, la cual desarrollaron para una multinacional, gracias a la recomendación de Eafit. “En Colombia nunca se había pensado que se podía hacer algo así. Fue muy bacano porque al principio todo el mundo decía esta gente está loca, no van a ser capaces, eso no se puede hacer acá, que lo hagan en otro lado”, cuentan los jóvenes. Con la terquedad propia de los inventores “lo tomamos como reto, y lo hicimos y fue muy exitoso”. Fue a raíz de ese proyecto que más empresas internacionales los llamaron para desarrollar ideas de alta tecnología.