La peste que nos terminó beneficiando

A mediados del siglo XVII la incontenible peste bubónica llegaba a los puertos de Inglaterra. Miles morirían, pero también brindaría las condiciones para uno de los más brillantes descubrimientos de la física.

 

En 1642 nació el hombre considerado como el científico más genial de todos los tiempos. Hijo de dos campesinos, Isaac Newton vivió una infancia difícil y carente de afecto. Su padre murió antes de su nacimiento y su madre se casó al poco tiempo con un hombre que lo despreció, obligando a su madre a dejarlo al cuidado de terceros. Esos primeros años moldearon una personalidad retraída que más tarde, en combinación con sus extraordinarias capacidades para la ciencia, brindaría al mundo conocimientos casi increíbles.

En 1665 el Reino Unido comenzó a sufrir por un brote de la peste bubónica, la plaga que aterrorizó a Europa por la velocidad para esparcirse y acabar con los infectados. Debido a esto, la universidad de Cambridge, en donde estudiaba y trabajaba Newton, decidió cerrar sus puertas temporalmente, forzando a Newton a volver a la casa de su familia, en el condado de Linconshire.

Hasta 1667 Newton tuvo que vivir en retiro forzoso en la casa conocida como Woolsthorpe Manor (hoy convertida en un museo visitado por miles de personas cada año). Durante este tiempo Newton realizó un gran número de experimentos, meditó sobre asuntos fundamentales de la matemática y logró una comprensión de la física que la humanidad no había alcanzado.

William Stukeley, amigo de Newton y quien en 1726 publicó una interesante biografía suya, escribió sobre una anécdota la cual se convertiría en un hito de la historia de la ciencia. Según relata, Newton le contó que una tarde, después de cenar, fue a tomar el té a la sombra de unos manzanos afuera de su residencia. Se encontraba reflexionando cuando la caída de una manzana lo hizo pensar acerca de su trayectoria. ¿Por qué no cae hacia arriba o hacia un lado, sino siempre hacia el centro de la tierra? Esta pregunta le brindó la primera noción acerca de lo que luego sería conocido como gravitación. Él no solo desarrolló la idea, tuvo la destreza de llevar el concepto de la gravedad a una expresión matemática que aún hoy se estudia en las escuelas y universidades del mundo.

Algunos historiadores y eruditos afirman que la historia de la manzana fue algo que inventó Newton para hacer más atractivo el descubrimiento. Cierta o no, fue el tiempo que tuvo en Woolsthorpe Manor lo que le permitió la descripción física y matemática de la gravedad hasta el punto de delinear una ley universal.

Gracias a esta ley se pudo predecir con exactitud la órbita de los planetas, las fases de los satélites o calcular las trayectorias de las misiones de la NASA.

Durante ese tiempo en su vivienda familiar, aparte de la gravedad, logró desarrollar las bases de la mecánica clásica, la formalización del método de fluxiones, la expansión del teorema del binomio y, como si fuera poco, la naturaleza física de los colores. Estos descubrimientos dieron a la humanidad herramientas de incalculable valor para su avance científico y tecnológico.

Es factible que en años sucesivos Newton y otros hubieran llegado a las mismas conclusiones. Sin embargo, también es posible que la historia humana se hubiese atrasado décadas o siglos, si no fuese porque a un grandioso físico la peste lo dejó encerrado trabajando y sacando lo mejor de su maravillosa mente para beneficio de todos.

Por Iván Castillo

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