Hablar sobre líderes mundiales se hace cada vez más necesario. Los liderazgos mundiales no solo definen el rumbo de las naciones, sino que influyen en los comportamientos y cambios culturales de éstas. Las representaciones artísticas, los consumos culturales, las artes urbanas, las nuevas propuestas creativas, etc. dan respuesta a discursos, decisiones, acciones -o inacciones- de los líderes políticos. La cultura no puede entenderse sin la política y viceversa.
Los liderazgos que a través del miedo conquistan sus popularidades son en este tiempo motivo de amplios análisis. También aquellos liderazgos que trabajan en pro de la paz y la confianza entre Estados. Estos son un poco más escasos y/o tienen menos micrófonos a disposición. No suelen estar tan presentes en nuestro radar ni ser tan virales porque las redes sociales reaccionan con más efervescencia a enunciados que hierven la sangre.
Los discursos de odio permean nuestros pensamientos, actos y decisiones. Es inevitable que con líderes violentos nos convirtamos en culturas violentas. Demostrado está, en decenas de estudios, cómo durante gobiernos que han aumentado discursos de odio y separación, posverdad y radicalismo, las sociedades han respondido a ello cambiando su comportamiento y se han elevado cifras de corrupción, xenofobia, racismo, homofobia, aporofobia, en fin.
Ante un líder legítimamente electo, está una sociedad afectada por su pensamiento. Para bien o para mal. Como ciudadanos afines u opositores. Vivimos en sociedades fragmentadas porque los líderes mundiales nos dan la autorización de dividirnos o vivimos en sociedades pacíficas si nuestros líderes trabajan intensamente por implementar narrativas que inviten a la unión y a la conversación pública, colectiva y abierta.
Estas conversaciones y observaciones son de talla mundial y de suma pertinencia en cualquier parte del mundo. Nuestros líderes deben ser objeto de análisis de cualquier ciudadano y ciudadana para construir un pensamiento crítico. Ignorar el tema es ignorar nuestra realidad que se conecta.
Hace unas semanas, el presidente de Argentina, Javier Milei, visitó oficialmente Washington. Milei tenía una cita importante en el marco de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, en inglés), con el magnate Elon Musk, en donde llevó consigo lo que consideró un gran regalo: una motosierra.
Me pregunto entonces, ¿acaso deseamos vivir en un mundo donde los líderes se regalan unos a otros objetos que cortan y hacen daño? Herramientas que talan bosques completos, tajan montañas de mármol o que sugieren dividir relaciones entre naciones. Objetos que, ante cualquier mirada, son violentos y generan temor en manos equivocadas. ¿O bien, deseamos vivir en un mundo donde los líderes construyen puentes, encuentran oportunidades y plantean alianzas?
Las preguntas van más allá: ¿qué queremos que nuestra cultura considere faro? Entre tantos regalos posibles, ¿qué tal si cambiamos la motosierra por un libro?