Líder es el que hace que todo el mundo quiera ser parte

Confundimos liderazgo con autoridad: ese es el mundo en el que vivimos. Nos enseñaron que el líder era el primero, el que hablaba más fuerte, el que decidía por todos, el que nunca dudaba y hasta no le importaba la opinión de los demás.

Ese tipo de liderazgo ya es suficiente y en muchos casos, estorba. El liderazgo no puede seguir viviendo en las jerarquías del pasado. Necesitamos uno distinto, uno que trascienda, que piense en colectividad más que en individualidad.

Hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a Salvador Alva, el expresidente del TEC de Monterrey, y conversar con él acerca de su libro Lo que un líder no debe delegar, y me decía: “Tomás, los líderes de hoy no deben buscar tener el control de todo, sino construir equipo para que sean ellos quien tome las decisiones informadas. No se trata de desaparecer, sino de estar presente en lo que verdaderamente no se puede delegar: la visión, la cultura y la atracción de talento”.

Porque liderar ya no es correr al frente. Es saber cuándo hacerse a un lado para que otros aceleren.

Este nuevo liderazgo es más humano, más empático, más colectivo, abre las autopistas para que otros puedan avanzar. Es el que entiende que la meta no es llegar solo a la cima, sino asegurarse de que muchos más puedan llegar también.

Es el que se aparta para dejar que otros florezcan. Al final, el verdadero liderazgo no se mide en aplausos, se mide en legado.

Hoy, ese es el liderazgo que transforma empresas, emprendimientos o ideas, es el que inspira a las presentes y futuras generaciones, crea confianza y cultura desde la empatía, empoderando a los equipos para experimentar y colaborar, incluso cuando el líder no esté.

Un estudio global de liderazgo 2024 de Harvard Business Publishing reafirma que el 70 % de los líderes de hoy considera que su mayor reto no es ser más efectivos individualmente, sino lograr que sus equipos sean más diversos, adaptables y emocionalmente inteligentes.

Las empresas no son grandes por lo que facturan, son grandes por lo que hacen cuando nadie la ve, cuando los equipos creen en lo que hacen, cuando los clientes sienten que son parte de algo más grande y tienen una cultura que no necesita manuales porque se respira en cada rincón.

El verdadero reto es construir raíces profundas, con principios no negociables,
con equipos compactos que se cuidan entre sí, porque saben que están construyendo algo que vale la pena.

Una empresa sin cultura es pensar a corto plazo, pero con un liderazgo consciente, con propósito claro y con gente empoderada, puede durar y ser sostenible en el tiempo que cualquier modelo de negocio.

Ese es el liderazgo que hoy el mundo necesita. No el que responde a la inmediatez del trimestre, sino el que se atreve a construir legado para la próxima generación.

Porque liderar no es tener el control de todo. Es tener la confianza de soltar… y ver cómo otros lo hacen aún mejor.

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