Antes de dejar este mundo, Santiago Betancourt, director de la librería Entrelibros, nos envió esta columna. La publicamos como un homenaje a él. Y para acompañar a su familia, amigos y lectores.
Por: Santiago Betancourt
Comenzaré por decir que el oficio de comercializar libros es una forma de acercar conocimientos y puntos de vista, que perfectamente podría caer en sesgos. Sin embargo, la libertad de leer lo que se nos antoje es un derecho y un acto de rebeldía. Es común, en las librerías, ver a jóvenes desafiando a sus padres o al sistema de turno, mientras hacen lecturas “inapropiadas” o políticamente incorrectas.
Las librerías, entendidas como el espacio donde se comercializan libros, invitan a mucho más que el placer de consumir. Convocan a conversaciones, reflexiones y ante todo a ENCUENTROS, bien sea con el silencio, una buena música, una colección multicolor de lomos apilados que evoca la familiaridad de las bibliotecas de algún ser cercano, o el recuerdo de un libro: antiguo, regalado, no leído en la secundaria, el libro trauma que nos marcó más de lo que pensamos, el de turno, el más vendido y hasta el libro asociado a uno que otro romance tóxico atravesado.
Entrelibros, en La Ceja del Tambo; Tanta Tinta y Cotidiana, en El Retiro; Licenciado, 9 Bares y Aguilar, en Rionegro, son el conjunto de librerías independientes del Oriente antioqueño que se han propuesto hacer de estos espacios un lugar para reivindicar y resaltar el carácter cultural de los negocios. En general, se han esmerado en convertirse en refugios para el ser y el alma que en él habita. Sitios hermosos y tranquilos para ver pasar los minutos en forma apacible y lejos del innecesario ocio productivo. Porque el ocio en una librería es un acto de contemplación y de simple existir, sin los agobios de estar siempre a merced de un afán de ser productivos.
Además, los colaboradores de las librerías merecen un loable reconocimiento, ya que se ponen a merced de atender con juicio las lecciones aprendidas en relación con el buen servicio y un trato amable a los potenciales lectores. También está el conservar cada ejemplar, alejando el polvo y el abandono (eternos amigos de los libros), distanciar las preferencias literarias personales y tratar a cada uno como el objeto valioso que desde el principio ha sido concebido por cada autor.
Mantener las librerías con vida es un acto de valentía. Estar al frente de un lugar que le apuesta a promocionar la comercialización de un producto “no esencial” demanda un poco de locura, quizá quijotesca. En especial, porque las librerías independientes toman con esperanza los datos de las estadísticas nacionales que indican el aumento en los hábitos de lectura del pueblo colombiano, reciben con emoción de guía de aventura a cada nuevo lector y se nutren de las conversaciones con aquellos ya iniciados en el hábito de leer. En un mundo donde la compra de tiempo de calidad ha sido la constante, el beneficio, el bienestar y la diversión que se consiguen al visitar alguna de las librerías del Oriente de Antioquia resultan incomparables.