Ahora en días de vacaciones se hace más elocuente la necesidad de ofrecer una ciudad más incluyente, segura, amable y dispuesta para los niños. Contar con tranquilidad solo en los espacios cerrados y privados no habla de una ciudad sana.
Avanzan las vacaciones y desde un sector de Medellín, una familia reporta que la niña de la casa, de cuatro años de edad, resultó herida por una bala perdida. Ocurrió en el barrio Pablo VI, donde un vecino hizo tiros al aire, quién sabe para qué. En otros lugares de la ciudad: Manrique, San Javier, San Cristóbal, San Antonio de Prado y Buenos Aires, la tragedia también apareció, esta vez por culpa de la pólvora, con seis lesionados en los primeros cuatro días de la temporada navideña, tres de ellos, menores de edad ¿Qué hacían niños quemando pólvora? No. No la usaron ellos, los quemaron adultos que estaban cerca.
Pero la ciudad no solo es insegura por prácticas salidas de cualquier lógica (tener un arma, celebrar, dispararla; festejar usando pirotecnia, que está prohibida) ni produce sensaciones azarosas solo en determinados barrios o en horas específicas, y el cuestionamiento nos lo dejó abierto el investigador y pedagogo Francesco Tonucci cuando visitó Medellín este año: “la sociedad está generando en los niños soledad y encierro”.
En diálogo reciente con Vivir en El Poblado, Tonucci, italiano, nacido en 1940, anotó que en su infancia la vida social se vivía en la calle y permitía experiencias de juego, de descubrir, de inventar. Destaca además que sus hijos también tuvieron esa oportunidad. “Pero hoy hay una condición nueva de las ciudades: el miedo. Por seguridad, los niños no pueden salir de casa”, añade.
La ciudad no solo es insegura por culpa de la delincuencia ni genera miedo en horarios o barrios específicos. Esto es producto de tener espacios diseñados solo para los más fuertes, señala el experto Tonucci.
Y miedo, hay que insistir, no es solo a un disparo, a la pólvora, a un atraco en las transversales. Tonucci abre el espectro y cuestiona cómo el mundo construye sus ciudades, “pensadas por los adultos y para adultos varones, trabajadores, conductores de coche”. Ciudades excluyentes, diseñadas para los más fuertes en sus espacios para caminar, para disfrutar el tiempo libre, para ir a estudiar. “Estas deben ser adecuadas para los niños; si lo son, serán aptas para todos. Y la política tiene que ocuparse de ese concepto, no solo ser trazada por adultos”.
En contraste, las familias establecen como logro de seguridad la casa y, en palabras de Tonucci, también hay que hacerse preguntas: “¿Sí son lugares seguros? En casa ocurren las violaciones, cometidas por personas conocidas y queridas por el niño, y los accidentes domésticos”.
¿Mirada extrema y fatalista? ¿O un llamado a repensar las ciudades, en beneficio colectivo? Ahora en vacaciones se hace más notoria la necesidad de generar entre todos espacios incluyentes, seguros, amables, dispuestos para el juego y la exploración por parte de los más pequeños.