Por Karin Richter
En el imaginario colectivo, Aracataca es ese lugar donde surgieron los personajes mágicos de Gabriel García Márquez. Pocos conocen que en ese pequeño municipio del Magdalena, en 1917, nacería y transcurrirían los primeros años de un caricaturista, reportero, pintor y fotógrafo de cine pionero en el uso de la fotografía como arte.
Leo Matiz creció con el ojo atinado en la observación, con hambre de conocimiento y de saber qué había más allá de la simple mirada pasajera. El interés que sentía por la pintura lo llevó al oficio de caricaturista con solo 16 años; expuso sus primeras caricaturas en una confitería de Santa Marta y para desarrollar sus habilidades como pintor, en 1935 se fue para Bogotá a estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Para 1936, Matiz se desempeñaba como ilustrador del periódico El Tiempo, y Enrique Santos Montejo, su director, le anunció, al pagarle su última caricatura, que a partir de ese momento colaboraría en el periódico como fotógrafo. Sin saber nada de ese oficio pero sin oponerse al cambio, recibió los 20 pesos que Santos puso en sus manos para comprar una cámara. Y aprendió a usarla.
Leo Matiz dio así sus primeros pasos en un camino que lo llevaría a conocer bajo el ojo fotográfico a los personajes comunes y silvestres que habitaban los campos, los desiertos, las minas, las plantaciones; a grandes artistas internacionales; a ser testigo del desarrollo industrial de América Latina, de los conflictos civiles de Bogotá, Europa, el Medio Oriente, de las formas y texturas que brindaban los objetos, para terminar revolucionando la labor de la reportería gráfica y consolidando la fotografía también como arte en su forma abstracta.
Atraída por este personaje, llego al Museo Nacional de Colombia, en Bogotá, con la mente abierta para ver una exposición de 128 de sus más de 300 mil fotografías. A mi derecha hay una pequeña entrada a la sala temporal en donde está la muestra. Una enorme fotografía en blanco y negro, donde se ven tres hombres parados en frente de una estrecha puerta decorada por un letrero de neón que lleva por nombre Studios Leo Matiz, abraza la pared izquierda de la entrada. El hombre más bajo es Leo Matiz y el del medio es Fernando Botero cuando aún el mundo desconocía su existencia. Es una hermosa fotografía, icónica además, porque fue tomada en la galería de Leo Matiz donde se expusieron por primera vez, en el año 51, las pinturas del ahora afamado Botero y donde muchos artistas, tanto de la pintura como de la fotografía, se dieron a conocer.
A la entrada, una frase de Matiz: “… Pero yo no puedo dormir. He venido a ver el infinito” y a la derecha, alumbrando como en sus primeros días, el letrero de neón con su nombre, y que sirve como abrebocas para las cinco partes que componen esta muestra: Agua, Tierra, Ciudad, Vanguardia y Arte.
Agua se inicia con las tres primeras fotografías suyas que se conservan, entre ellas, la conocida imagen de un pescador tirando su red hacia el agua y que lleva por nombre “La Red” o “Pavo real del mar”. Le siguen imágenes donde los pescadores, los paisajes marinos, las redes, los habitantes de costas e islas y los barcos son los protagonistas para terminar con algunas fotografías de los comienzos de la explotación petrolífera y los primeros arribos de la industria pesquera.
Tierra, la segunda parte, muestra de una manera muy documental el día a día de las campesinas, de los niños de los Andes, de las tejedoras de sombreros en Yucatán y los recolectores de papas en Cundinamarca.
El apogeo industrial de las ciudades de América Latina en los años 40 y 50, se ve reflejado en Ciudad. Fotografías de muchedumbres reunidas, papeles en el suelo, vendedoras de medias veladas, un limpiador de vidrios y dos fotografías inéditas del Bogotazo. Ese 9 de abril, Matiz tenía una cita fotográfica con Gaitán que nunca pudo darse. La revuelta de ese día lo encontró, como siempre, preparado para disparar su Rolleiflex. Quince rollos darían cuenta de los disturbios que estaban ocurriendo y que debían convertirse en un documental hermoso e histórico, hasta que recibió un balazo en la pierna. En medio de todo, sintiendo que se le iba la vida, percibió que alguien le registraba sus bolsillos y se llevaba su preciado material. Matiz terminó en la Clínica Central, en una habitación contigua a la de Gaitán.
La última parte, Arte, está conformada por retratos de personajes famosos. En 1940 se radicó en México y su fascinación por el cine lo llevó a realizar la foto-fija de diversas películas y retratos de “Cantinflas”, María Félix, Luis Buñuel, entre otros. En estas fotografías se muestra a una Frida Kahlo con su familia, sin poses exuberantes, solo siendo ellos mismos. Se ve a un Marc Chagall con un pincel en la mano en un estudio, a un Pablo Neruda mirando un libro de arte, a Walt Disney leyendo la revista Así, donde trabajó Matiz, a un David Alfaro Siqueiros muy concentrado y finalmente tres fotografías del circo, tema que desde la infancia cautivó al fotógrafo.
La exposición termina con una cronología de la vida de Matiz y de la cual cabe reseñar lo siguiente:
En 1949 la prensa internacional lo reconoce como uno de los 10 mejores fotógrafos del mundo.
En 1978, después de estar en Venezuela, regresa a Colombia y víctima de un atraco, pierde su ojo izquierdo, con el que miraba a través del visor. Renuncia a la fotografía por un tiempo, refugiándose en una finca al sur de Bogotá.
En 1995 el gobierno francés lo nombra Chevalier des Arts et des Lettres.
En 1996 después de 16 años de no realizar fotografías, retoma su profesión.
En 1998 El gobierno colombiano le rinde un homenaje y lo reconoce como el más importante fotógrafo de Colombia en el siglo 20. Crea, junto con su hija Alejandra Matiz, la Fundación Leo Matiz y fallece el 24 de octubre de una cirrosis hepática.
Salgo de la sala, me encuentro nuevamente con esa fotografía inmensa de los tres hombres parados frente a la pequeña puerta con letras de neón y veo que los ojos de Leo Matiz no sólo miran al infinito, también visionarios, traspasaron las barreras del tiempo y elevaron la fotografía, que hasta ese entonces era un oficio, a un nivel artístico y profesional.