Entre el pasado jueves 24 de octubre y el miércoles 30 de octubre se celebró en Medellín la primera edición del Latin Films Festival, una iniciativa de los cinemas Procinal para tender lazos entre la cinematografía latinoamericana, ofreciéndole al público 12 películas que hablan de las costumbres, los modos, las sociedades, pero, ante todo, de las personas que conforman este continente rico en historias, imaginación y magia narrativa.
En la presentación del festival, previo a la función de Guaraní (película paraguaya), el director y productor de cine Juan Zapata, así como el crítico de cine Andrés Murillo, fueron enfáticos en manifestar la importancia de este tipo de eventos para lograr expandir el cine latino a los ojos de los espectadores, quienes, merced de uno o muchos factores, no tienen la facilidad de acercarse a las narrativas propias de los países hermanos de este lado del mundo de habla hispana. Así, este no fue solo un espacio para la proyección de filmes latinos que los ojos de los asistentes pudieran observar, sino que configuró un espacio que ofrece la oportunidad de conocer el continente desde una pantalla.
Tanto Zapata como Murillo, dejaron claro que la apuesta de este festival buscaba la unidad y el reconocimiento de todos en una suerte de convergencia cultural que nos permita encontrar similitudes fuertes en la observación de las diferencias de nuestras naciones. Fue, sin duda, una apuesta valiosa, porque nos recuerda que el cine no es solo espectáculo palomitero, sino arte para contar la vida y al hombre mismo, con sus costumbres, miedos y configuraciones profundas. Fue una apuesta porque se arriesga a prender los proyectores de salas de cine que quizá no llenaran ni la mitad de sus asientos.
Sin embargo, hay que reconocer que a este festival lo movió la valentía y el amor. Valentía por ofrecerle cine distinto al público de una ciudad que no rompe mucho sus paradigmas y que prefiere el cine fácil que le roba horas al reloj y masajea la mente, arriesgándose al rechazo. Amor por encontrar, en estas películas tan nuestras, rasgos de identidad que nos permiten, cuando menos, entendernos desde lo social como pares y ver al cine en su acción humana y su búsqueda del arte como medio para narrarnos y exhibirnos.
Los resultados, solo lo saben quienes organizaron el festival, indicarán la factibilidad o no futura de estos espacios. No obstante, estas apuestas arriesgadas y estoicas nos dicen que hay en nuestra sociedad esperanza en lograr que el cine, en toda su concepción artística, halle respaldo futuro (no un futuro lejano) de nuevos públicos, de gentes ávidas por consumir cine no solo como entretenimiento superficial, sino como una pieza que enriquece la vida misma. La labor, quizá, sea no desfallecer en la tarea de formar públicos mejor estructurados para expandir los lazos de un cine que es muy nuestro.
Por Juan Pablo Pineda Arteaga