Vivimos tiempos de incertidumbre económica, tensión política y creciente desigualdad social. Frente a estos desafíos, uno de los factores más determinantes y, paradójicamente, menos valorados en el debate público es el papel estratégico que tienen las universidades en el desarrollo de un país. No se trata solamente de formar profesionales competentes, sino de asumir su función más trascendental: convertirse en catalizadores de innovación, generadores de conocimiento aplicado, referentes imprescindibles del debate público informado y la creación de nuevas empresas.
La evidencia global demuestra que el desarrollo económico sostenible no surge únicamente de la abundancia de recursos naturales o la adopción de tecnologías externas. En cambio, nace y se fortalece al apalancarse en la capacidad propia para generar ciencia y tecnología. Países como Corea del Sur, Israel o Finlandia han convertido sus universidades en auténticos epicentros de innovación, facilitando el tránsito desde las aulas hasta las fábricas y empresas de las tecnologías más avanzadas. Las universidades colombianas tienen la posibilidad y el deber de cumplir ese mismo papel protagónico.
En el ámbito político y social, las universidades son determinantes como tanques de pensamiento independientes. Su rol es generar espacios de reflexión crítica, debates rigurosos y, sobre todo, entregar información basada en evidencia sólida. En un contexto donde abundan la desinformación y la polarización, estas instituciones son indispensables para enriquecer y elevar el debate público, promoviendo decisiones políticas informadas que verdaderamente atiendan las necesidades y desafíos nacionales.
Para que esto sea posible, es necesario que las universidades cuenten con respaldo financiero y autonomía institucional real, evitando presiones ideológicas o coyunturales. La inversión en educación superior debe considerarse una apuesta estratégica de país, pues solo mediante la consolidación de universidades fuertes, independientes y conectadas con el sector productivo, se logrará cerrar la brecha entre la investigación científica y la aplicación industrial.
La ecuación es simple, pero poderosa: más ciencia y más innovación resultan en más crecimiento económico, estabilidad política y cohesión social. Ignorar esta realidad es condenar al país a permanecer atrapado en círculos de dependencia tecnológica y económica, limitando seriamente sus posibilidades de progreso.
En un artículo reciente en “The Economist”, titulado Universities are failing to boost economic growth, argumenta que, a pesar del aumento en la producción académica, muchas universidades no logran traducir sus investigaciones en aplicaciones prácticas que impulsen la productividad y el crecimiento económico. Esto resalta la necesidad de fortalecer los vínculos entre la academia, la industria y el gobierno.
Colombia tiene el talento y las capacidades suficientes para dar ese salto. Es hora de que la sociedad, el Estado y el sector privado reconozcan y aprovechen plenamente el inmenso potencial transformador que reside en sus universidades. El futuro del país, en términos económicos, políticos y sociales, depende en gran medida de cuán en serio tomemos el desafío de fortalecerlas como verdaderos agentes de cambio y motores de desarrollo.