La obra de Adolfo Bernal (Medellín, 1954-2008) despierta cada vez mayor interés en el contexto del arte colombiano, porque se reconocen en ella una serie de rasgos que no solamente reivindican la presencia de una personalidad artística original y coherente sino que, además, le posibilitan mantener su vigencia y actualidad.
Ese interés por Adolfo Bernal se intensificó a partir de 2007 cuando, poco antes de su temprana muerte, el Museo de Antioquia convirtió su obra en el núcleo fundamental del “MDE07, Encuentro Internacional Medellín 07 / Prácticas artísticas contemporáneas. Espacios de hospitalidad”.
De hecho, su obra “Señal” es una especie de montaje para el MDE07, en el cual reunió pequeños carteles con palabras sueltas o frases muy breves, que había presentado en oportunidades anteriores, algunas veces como obras independientes y otras agrupando varios de ellos; ahora, sin embargo, parece haber querido hacer una síntesis completa de sus carteles.
Nos encontramos ante un tipo de arte que genera muchas inquietudes, por las mismas razones por las que encuentra su lugar propio en el arte contemporáneo. Vale la pena destacar su carácter conceptual, su resonancia urbana y su condición poética.
En primer lugar, se trata de una obra de arte conceptual, en la cual se ha renunciado a las exquisiteces de una elaboración manual y artesana para hacer patente que el objetivo de la obra es la comunicación de ideas. Parece casi un absurdo si nos detenemos en las apariencias del arte del pasado, pero encuentra su justificación cuando se argumenta que el arte es, ante todo, manifestación de un contenido e invitación a la reflexión y no deslumbramiento por la habilidad de hacer algo que resulta difícil para la mayoría de las personas.
Por otra parte, es evidente que todo lo que encontramos en estos carteles de Adolfo Bernal tiene una intensa resonancia urbana. Puede afirmarse, por supuesto, que históricamente el cartel impreso apareció como un fenómeno propio de la ciudad, una manera de transmitir eficazmente un mensaje a una gran masa de población a la cual ya no era posible llegar con la palabra directa. Así, la ciudad se convirtió en una especie de selva de señales cuya comprensión resulta esencial para movernos en ella. Por lo demás, los carteles proliferan de tal manera en la ciudad moderna y contemporánea que acaban por definirse unos espacios donde esta permitido fijarlos; y no solo para que no se contaminen todos los muros de la ciudad con carteles a los que nadie acabaría prestando atención, sino, por la misma razón, para que, al estar recogidos en un mismo espacio, puedan ejercer su acción comunicativa.
Adicionalmente, la apariencia misma de estos carteles, con su tipografía genérica y anónima, tan diferente de las antiguas caligrafías elaboradas manualmente, habla muy bien del actual contexto urbano, quizá masivo y alienante pero, al mismo tiempo, rico en mensajes y en posibilidades de desarrollo.
De todas maneras, cabe siempre preguntarse qué significan estas palabras y esta reunión de carteles. Ante todo, es claro que Adolfo Bernal hizo una cuidadosa selección de colores y de formatos, de tal manera que el conjunto presenta una estructura ordenada, simétrica pero variada. ¿Y las relaciones entre las palabras? Si bien cada una de ellas es comprensible de manera aislada, la incógnita mayor de esta obra surge de la lectura continua o de los saltos y conexiones que pueden darse con base en los colores o en los detalles tipográficos, sin que parezca haber una explicación que las justifique. Quizá Adolfo Bernal, quien también era poeta, quisiera como los surrealistas forzar la relación de realidades muy distantes y distintas y así, de esa manera, hacer saltar la chispa de la intuición y de la experiencia sensible.
En síntesis, una obra para pensar pero también para intuir libremente y emocionarse.