Juan Felipe y Luisa decidieron vivir en el campo y criar a Tomás lejos de la ciudad. Doce años después son una familia en la que la base de su formación y su felicidad se inspiran en la música.
El primer regalo musical que Tomás (12 años) recibió de sus padres fue una guitarra, pero él no recuerda tanto ese instrumento como sí el violín que tuvo cuando tenía cuatro años, que confundía con un chelo -en realidad era lo que había pedido de Navidad-, a tal punto que no lo apoyaba contra su barbilla sino contra el piso.
Había dado resultado, de todas maneras, la estimulación que Juan Felipe Restrepo y Luisa Cardona le habían ofrecido al niño durante su gestación. Él, músico, guitarrista, nacido en Medellín, y ella, pedagoga, de Bogotá, cantante empírica y con experiencia en el coro del colegio Alemán de su ciudad de origen, donde se conocieron. Durante los primeros años de los 22 que llevan casados recorrieron gran parte de Colombia trabajando con comunidades, educando, también cantando. Incluso, realizaron tres trabajos musicales, el último llamado Duendecito Tomás, en honor a quien Luisa acogía en su vientre.
Mientras viajaban por el país decidieron que vivirían en el campo, alejados del estrés de las urbes. Cuando Tomás nació eligieron la vereda La Sonadora, en El Carmen de Viboral.
El niño creció y Luisa quiso educarlo a su manera, guiada por la pedagogía Waldorf, con una visión de ser humano integral, con mediación de las artes. Sumó su interés por compartir la educación y surgió el jardín infantil El Nido, que funcionó primero en un garaje y luego se trasladó a una casa campesina en la vereda.
Allí funciona desde hace ocho años este centro educativo donde Tomás se formó y que hoy recibe a cerca de treinta niños de La Sonadora, del centro urbano y otras veredas de El Carmen, La Ceja y Rionegro. Algunos más vienen de otras instituciones educativas con las que tiene convenio para la formación musical.
En las tardes reciben a adolescentes y adultos en talleres artísticos y musicales. Señoras de la zona llegan a tejer y a tomar café y aromática. Hay una huerta donde crecen maíz, tomate, fríjol, lechuga, hierbas aromáticas. “Quisimos apostarle a algo distinto”, comenta Luisa, “ofrecer un trabajo educativo y comunitario. Enseñarles a los niños, a la gente, que todo requiere un proceso”.
“Siempre música”
Juan Felipe habla pausado, tranquilo. De la misma forma acaricia la guitarra cuando enseña. Corto, corto, corto, corto, corto, corto, corto, corto y largo. Ocho cortos y un largo, les repite con insistencia a sus alumnos de la clase de este viernes en la tarde: un niño de unos diez años; otra niña, de tal vez ocho, que está descalza, pues antes de entrar a clase metió sus pies en el riachuelo de la parte trasera del jardín infantil; un adulto, también descalzo, sigue atento las indicaciones del profesor; y una adolescente, rubia, ojos azules.
Este es uno de los talleres que dicta Juan Felipe en las tardes. No parece que sea su trabajo. Lo es, pero más que eso es su esencia. Desde que era estudiante de Música en la Universidad de Antioquia.
A su faceta formativa, le agrega su trabajo profesional. En la actualidad está dedicado a un proyecto con instrumentos andinos con músicos del Oriente antioqueño. Es el grupo Quiroma y se presenta en las poblaciones de la región. También está haciendo una grabación con el trompetista Andrés López.
En casa, dice que la música está en todas partes. A veces, sin excusa alguna, Juan Felipe toma la guitarra, Tomás el violín y Luisa ofrece su voz y entonces se forma un concierto que disfrutan en familia y quizá algunos vecinos cercanos. Un deleite.
Por: Sebastián Aguirre Eastman / [email protected]
Tomás sueña en clave de solista
El auditorio Fundadores de la Universidad Eafit estaba repleto. Decenas de niños, en brazos de sus padres, servían de público para el recital que Tomás interpretaba como solista con su violín, como parte del programa especial que ofreció la Orquesta Sinfónica de la institución para celebrar el Halloween. Ninguno de ellos se dio cuenta, pero el músico entonó tres notas falsas, que corrigió con habilidad. Luego vendría su reprimenda interna y un culpable: el Real Madrid.
“Estaba mirando al público y pensando en el Real Madrid, por eso me equivoqué”. Fue tan decepcionante para él como cuando, hace poco, tuvo que decirle a su papá Juan Felipe que le recibiera la clase de violín que les dictaba a tres jóvenes de la vereda La Sonadora. “Es muy triste, no practican, para un profesor es lo peor”.
Tiene 12 años, pero sus palabras parecen las de alguien mayor, aunque su madre Luisa dice que lo vemos muy aplomado, pero al rato vuelve a sus juegos de niño, ensuciando ropa sin remordimiento.
Tomás la tiene clara: quiere ser solista. Ratificó ese deseo en julio pasado en Chicago, Estados Unidos. Allí estuvo durante nueve días en el Festival de Violín, asistiendo a conciertos unos días y en otros recibiendo clases maestras de 7:00 a.m. a 8:30 p.m. Lo acompañó la profesora Braunwin Sheldrick, una canadiense que desde hace algunos años se convirtió en su tutora en la Universidad Eafit, primero como profesora particular, luego como validadora de su talento ante la Fundación Iberacademy – Academia Filarmónica Iberoamericana, que le proporcionó una beca hace dos años para estudiar en Eafit.
Para ir a Chicago superó a 500 artistas con una audición en video que envió por correo electrónico. Había cupo para 200 estudiantes. La Fundación les pagó a Tomás y su papá la mitad del desplazamiento hasta Chicago; el alojamiento corrió por cuenta de la organización del Festival en residencias universitarias.
Desde muy niño, Tomás aprendió a tocar violín bajo el método Suzuki, especializado en niños. Música clásica, también colombiana, bambucos, pasillos, torbellinos, están en su repertorio, que han escuchado en varios lugares de Antioquia, incluso en dueto con su papá y la guitarra.
Dice que quiere ser solista. Siente una emoción “increíble” a estar frente a un público que se concentra en su música, aún cuando el Real Madrid se cruce de vez en cuando en sus pensamientos. Para lograrlo, ensaya a diario dos horas y media y todos los miércoles asiste a clases con Braunwin en Eafit.
Su mamá, Luisa, destaca que lo mejor ha sido la disciplina que ha desarrollado Tomás. La paciencia. La capacidad de reconocerse y ser integral en su formación. El camino, entonces, lo tiene expedito para seguir creciendo.