Nos han enseñado a valorar nuestros momentos solares: la claridad, lo determinado, la medalla, la certeza, la coherencia. Todos luchamos por ser reconocidos, valorados, exaltados. Buscamos de una u otra forma ese día en que miramos el espejo y reconocemos un atisbo de todo lo que buscamos en la vida en ese rostro.
Nos han enseñado a denigrar los momentos en que todo es oscuro, nada es lo que parece, los reconocimientos nos evaden, los preguntas nos invaden y no nos reconocemos en el más mínimo gesto que hacemos. Todos huimos de una u otra forma de ese día en que ni siquiera encontramos un espejo para buscarnos.
Son momentos, como diría Barba Jacob, en “que somos tan lúgubres, tan lúgubres, como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo, y acaso ni Dios mismo nos puede consolar”.
Yo las llamo noches del alma, penumbras anímicas, nubarrones, incluso chaparrones en que nuestra historia no nos satisface, nuestras coartadas se acaban y el dolor del alma se percibe entero, sin las muletillas que normalmente nos sirven para disimularlo. Mi propuesta va más allá del hecho de reconocer que todos las tenemos. Estoy convencido de que las necesitamos. Es más, deberíamos amarlas tanto como a nuestros momentos claros.
Nuestra fobia e incapacidad para vivir nuestras noches anímicas se basa en una visión distorsionada de la evolución del alma. Algunos nos han hecho adoptar la imagen atroz del desarrollo de esta como una autopista recta. Desconocen la realidad en espiral de la evolución humana. No existe luz sin sombra, salto de conciencia que no pase por el vacío, maduración sin crisis, nuestros recursos se fraguan en la azarosa profundidad de estas noches del alma.
Lo que debería ser un camino completo con claros y oscuros se pervierte cuando lo sometemos a la dinámica básica de nuestro pequeño egoísmo: el apego a la luz y el rechazo de lo oscuro. Dejamos entonces de movernos de acuerdo con el camino y nos metemos en los círculos concéntricos de quien huye de su propia alma.
Quien rechaza la oscuridad de su camino satanizándola, llenándola de angustia y tormento, rechaza también la luz que viene al final de esta. La claridad es solo la visión de lo conocido. El camino de lo nuevo implica soltar las certezas solares y tener el coraje de atravesar las propias noches. Nadie llega a lo nuevo sin perderse.
No son dañinas nuestras noches del alma, sino nuestra actitud de apego, miedo y ansiedad hacia ellas. Es necesario tener una búsqueda que vaya más allá de esa novelucha personal que creemos ser; saber que las expectativas son hijas disfrazadas del miedo y soltarlas; abrir los ojos y meter una sonrisa en el momento de mayor sofocación y oscuridad.
También es importante recordar estos dichos: “El camino del espíritu no está hecho de conquistas sino de amorosas renuncias” y “no por mucho madrugar amanece más temprano.
[email protected]
Las noches del alma
- Publicidad -
- Publicidad -