Los no humanos también son esos ríos como el Atrato y el Cauca, que han sido reconocidos como sujetos de derechos, es decir, como entidades vivientes, y se protegen bajo instrumentos jurídicos que buscan su preservación.
¿Quiénes son los no humanos? ¿Dónde los vemos? ¿Serán acaso los árboles que vemos por nuestra ventana o las mascotas que conviven con nosotros como si fueran descendencia? ¿Serán las montañas y los bosques? ¿O las plantas que nos dan vida con su alimento? ¿Harán acaso parte de aquello que Spinoza llamaba Dios?
La etiqueta de no humanos fue creada por la ciencia para designar a la naturaleza, animales y plantas. Se les llama no humanos en la ecología profunda, la ecología política y las ciencias ambientales. Es una manera de separarlos de los humanos y darles una posición no solo científica, sino también social y política. Los no humanos son los que les dan vida a la existencia humana, la naturaleza y todas sus manifestaciones.
Los no humanos también son esos ríos como el Atrato, y recientemente, el Cauca, que en Colombia han sido reconocidos como sujetos de derechos, es decir, como entidades vivientes, y se protegen bajo instrumentos jurídicos que buscan su preservación.
Ríos como el Whanganui, en Nueva Zelanda, y los ríos Yamuna y Ganges, en India, también han tenido la misma suerte. En un nivel práctico, estas leyes protegen estas entidades de una continua degradación, producto de nuestro modelo de desarrollo, y buscan, además, proteger a las comunidades que necesitan el río para su sustento o como fuente de prácticas religiosas, como ocurre en la India.
Abandonando la definición de “cosas”
Algo similar ocurre con las leyes de protección animal, las cuales también tienen espacio en nuestro país: la ley 1774 del año 2016 reconoce a los animales como seres sintientes y no cosas, como se consideraban antes de esta ley.
Esto promueve un giro determinante en la forma en la que nos relacionamos con la naturaleza: con alegría percibo que estamos pasando de un antropocentrismo acérrimo -en el que el ser humano creía ser el centro del planeta Tierra y la importancia de los no humanos era completamente instrumental, sin reconocimiento legal-, a permitir, no solo en el plano personal y social, sino en el legal, un ecocentrismo, con el cual se avanza a una mirada holística, que comprende cada ser como un constituyente importante de los ecosistemas.
He leído (e incluso percibido) que la aplicación de estas leyes dista mucho de la realidad que algunos quisiéramos vivir, pero por lo menos es un inicio y debemos continuar haciendo presión para que las leyes y, así mismo, nuestro sistema, continúen cambiando. Como dijo Greta Thunberg en su discurso reciente en el congreso de mentes brillantes en Madrid: “necesitamos un cambio de sistema, más que cambios individuales, pero no puedes tener uno sin el otro”.
Y es que por muy raro que nos parezca, existen varios ejemplos de sociedades para las cuales no hay una separación tan clara entre humanos y no humanos. Philippe Descola, científico francés, describe algunos de estos ejemplos en su libro Más allá de naturaleza y cultura.
Uno de estos casos es el de la comunidad achuar, ubicada en la Alta Amazonía, para la cual, la mayoría de las plantas y los animales de la selva tienen un alma similar al de los humanos, que les brinda conciencia e intencionalidad, están dotados de emociones y pueden intercambiar mensajes con sus pares como con los miembros de otras especies.
Las plantas y los animales de la selva son considerados parientes políticos, a quienes se debe respetar, o se podrían pagar algunas consecuencias de los actos desconsiderados que se cometan contra ellos.
Incluso, producto de sus múltiples investigaciones, Descola identificó cuatro maneras de relación entre humanos y no humanos, lo cual demuestra que nuestro tipo de relacionamiento es solamente uno más y es producto de nuestra historia como seres que habitamos este planeta.
¿Qué tal si continuamos cambiando nuestra forma de relacionarnos y así mismo, las leyes, y como producto, la historia?