Termino de leer Las gratitudes, novela de la escritora francesa Delphine de Vigan, es casi media noche, estoy en el cuarto de un hospital en el que debo llevar alrededor de veinte días. Acompaño a mi padre. La verdad, lo de los días es apenas un cálculo, no sabría precisar cuánto llevamos aquí, ni cuánto más vamos a estar, ni siquiera sé si vamos a salir. Lo que sí es seguro es que nunca más vamos a volver a ser los mismos. Hemos saltado de cirugía a hospitalización, pasamos a UCE luego a UCI. Siglas, eufemismos para en el horror. En una romería de miedo hemos deambulado por cada piso de este hospital y, así como nosotros, el pronóstico también se ha movido: bueno, malo, reservado, crítico. Palabras que antes mirábamos sin recelo y ahora nos atormentan. La estancia hospitalaria es bárbara, en mi caso, de nada vale ser médico: cuando se es paciente o cuidador todo se rige bajo otras normas.
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El tiempo en los hospitales abruma, hiere, embota los sentidos, te resta fuerzas, limita el horizonte, recuerda lo frágiles que podemos ser. Estiro la mano en busca del interruptor y apago el bombillo. No quiero despertar a mi padre. Sin embargo, levanto un poco la cabeza, busco la luz que se filtra bajo la puerta. Durante las noches, me gusta adivinar el trajín pálido de las enfermeras, perderme en la tenue algarabía que persiste ahí afuera a toda hora y que recuerda que, sin importar la dimensión de nuestra tragedia, el mundo va a seguir, y la máquina de los días no se detendrá tampoco. Desconsolado, cierro los párpados, dejo que la oscuridad me trague de golpe. Poco a poco, de esa tiniebla en la que me he convertido, empiezan a emerger la anciana Michka, que, atacada por una afasia, sabe que su tiempo se agota sin remedio; su amiga Marie, casi una hija, que no está dispuesta a abandonarla; y el logopeda Jerome, los entrañables personajes creados por De Vigan que me han acompañado a atravesar estos días aciagos y que, en medio en todo, son luz.
Las gratitudes es una novela breve. Asumo que en condiciones normales se puede leer de una sentada. A mí me ha tomado un poco más de tiempo: dos, tres noches, en los breves interludios en que la enfermedad y sus dolores le ofrecen una tregua al padre. La he leído, entonces, siempre con un ojo en la página y otro puesto en él, en su respiración, en sus quejidos. Hacerlo así me ha permitido saborear sus frases breves y eficaces, encontrar en ellas la verdad que poseen y, después, claro, extrapolarlas a mi situación actual.
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De la francesa había leído Nada se opone a la noche, un ajuste cuentas, una obra devastadora, en la que relata la locura y el suicidio de su madre. También conocía Basado en hechos reales, novela con tintes autorreferenciales que Roman Polanski adaptaría al cine. De Vigan, es una novelista compleja, pero creo que con Las gratitudes, publicada en 2019 y traducida al español en 2021, aunque insiste en temas que le son cercanos, alcanza algo difícil de conseguir, que da cuenta de su madurez como escritora: ahondar en las grandes cuestiones humanas mediante una historia sencilla y despojada de cualquier dramatismos.
El comienzo de la novela es deslumbrante. Marie, se pregunta y nos pregunta, cuántas veces al día damos las gracias como un reflejo, sin apenas darnos cuenta de lo que implica hacerlo. Acto seguido, nos revela la historia: ha muerto una anciana, Michka, y ella no sabe si le dio las gracias como era debido. Y esa pregunta -a quién y cómo agradecemos- retumba en todo el libro y en quienes nos acercamos a él. Luego, De Vigan pone en labios de Michka la clave de la novela: “Tener miedo por otro, otro que no seas tú. No sabes la suerte que tienes”. Las gratitudes, es una novela sobre la bondad, pero también sobre sobre la vejez, sobre la traición del cuerpo que, tarde o temprano, nos desampara a merced de la muerte. Y esta segunda lectura que la novela ofrece, tan descarnada como real, aterra.
Es casi la madrugada, afuera el trajín de las enfermeras. Tengo el libro en la cabeza, sé que su historia y personajes me van a acompañar por un buen rato. Antes de que el hospital agobie con sus rutinas, me levanto cauteloso, llego hasta la cama, tanteo entre las sombras hasta encontrar la mano de mi padre, me aferro a ella. Sin duda, han sido días difíciles, pero doy gracias porque aún estamos juntos y porque, pase lo que pase, gracias a su presencia, tengo miedo por alguien y, al fin entiendo, la magnitud de semejante regalo.