“Amo las empanadas, porque me han permitido llevar una vida en la que no he tenido qué mendigar ni pedir”, dice Hilda Amparo Peña, y con razón. Es que su negocio, Las famosas empanaditas de La Mona, afuera de la urbanización La Abadía, en la calle 22 sur, se mantiene a reventar. No es un lugar donde venden solo empanaditas… son las famosas empanaditas, esas que han llegado al top of mind en El Poblado y Envigado con la mejor estrategia de publicidad: el voz a voz.
Es un local sencillo, de cuatro por cuatro metros, con sillas de plástico; en la pared, tres artículos de prensa amarillentos (debidamente plastificados), un afiche de bendición del negocio y un anuncio publicitario en el que los modelos son los nietos de La Mona, Antony y Emiliano. Las freidoras procesan pastelitos de pollo, papas rellenas versión miniatura, palitos de queso y empanadas para los clientes, que nunca faltan. Pero las verdaderamente famosas, las que hacen honor al nombre del negocio, son las empanaditas dulces.
“Cada quien tiene el don de cada cosa, y lo mío es esto”.
“Eso se lo inventó mi mamá, Maria Rosalba Peña”, dice La Mona, generosa al reconocer los derechos de autor. “Yo vendía empanaditas en Belén, afuera de una carnicería. Eran empanaditas de sal, como las de iglesia, y a ella fue a la que se le ocurrió echarle panela a la masa. Y fue un éxito… empecé a crecer y a crecer, cada día un kilo más de maíz. Y la gente, matada, porque en ninguna parte las vendían así”.
Y es que este tema de las empanadas es toda una tradición -casi emporio- familiar. La Mona creció con su mamá y su bisabuela, Maria Petronila Vásquez, en una casa de Belén Las Mercedes. “Teníamos unos corredores gigantes, y ahí mi bisabuela montó la venta de empanadas. Con eso pagó la casa donde vivíamos. Recuerdo que la señora que se la vendió venía cada semana a recoger 5 pesos”.
Al terminar el quinto de primaria, La Mona tuvo que dejar de estudiar y se metió de lleno al negocio familiar: “Cuando tenía siete añitos, debía armarle cuatro charoles de empanaditas chiquiticas a mi bisabuela, antes de ir a jugar. Ahí fue cuando aprendí”. Se lo tomó en serio: a los 18 años, madre soltera, montó su puesto en Belén. No solo conocía el tejemaneje del negocio, sino que ya había adquirido la fuerza suficiente para cuidar sola a su hijo, Johan Daniel. Otra tradición: esposo, padre y bisabuelo ausentes.
Hace 25 años, la dueña de una panadería en La Abadía le alquiló un pequeño espacio externo, y, con la innovación familiar, que no solo eran las empanadas dulces sino un encurtido mejorado con repollo, zanahoria y cebolla, Hilda Amparo empezó a meterse en el corazón (y en el estómago) de los envigadeños. Estuvo allí durante 12 años, hasta que la dueña de la panadería le pidió el espacio. Sabiendo que tenía ya una clientela fiel, Amparo se movió solo unos metros, pero hace cuatro años tuvo la oportunidad de alquilar el espacio completo. Ahora, Las famosas empanaditas de La Mona es el negocio “ancla” de ese pequeño mall, que les da trabajo a 10 personas.
Las empanaditas no tienen mucho misterio, dice La Mona; pura tradición: masa de maíz amarillo trillado con panela rallada, (“sin color ni aliños”) y encurtido (“no es el normalito, sino el de los agregados de mi mamá”). Para ella, el secreto está en su corazón: “Siempre le he pedido a Dios que me dé mucha sabiduría para hacer las cosas bien hechas. Siempre le he ayudado a personas necesitadas, y el año entrante voy a empezar a contratar mujeres cabeza de familia”.
Todo lo que sabe lo ha aprendido “porque me gusta asesorarme de mucha gente. Es que soy muy curiosita”. Y de la misma forma que aprende, enseña. Varias personas han pasado por su cocina, se entrenan, y salen a montar su negocio. Pero, dice La Mona, no les va tan bien. “Es que mi receta es única. Cada quien tiene el don de cada cosa, y lo mío es esto”.