Tenemos la posibilidad de no ser pasivos ante las emociones, de no dejarlas al garete, sino reconocerlas, mirarlas de frente, detallarlas, orientarlas, transformarlas. Y aprender de ellas.
Yuval Noah Harari, autor de Homo Deus, predice que la biotecnología y la tecnología de la información le darán al ser humano el control de su mundo interior. Pero las generaciones actuales tenemos que bregar con él, al igual que lo hicieron nuestros antepasados.
Sentimos, como los abuelos, amor, rabia, alegría, preocupación, celos, afecto, satisfacción, paz, nostalgia, ternura, miedo, frustración, desengaño, libertad, orgullo, rencor, compasión, esperanza, gratitud, amargura, ansiedad, culpa, excitación, humildad, apatía, remordimiento, deseo, desprecio, pasión, soledad… en fin, todos esos ingredientes que nos hacen ser como somos cada uno de nosotros: un universo.
Las emociones son la forma íntima y silenciosa como nos relacionamos con nosotros mismos. Están presentes siempre, querámoslo o no. Pero tenemos la posibilidad de no ser pasivos ante ellas, de cultivar las que nos dan una buena vida. No dejar las emociones al garete, sino reconocerlas, mirarlas de frente, detallarlas, orientarlas, transformarlas. Y aprender de ellas. ¿De dónde salen, qué circunstancias las favorecen? Es el conócete a ti mismo socrático.
Quienes ya somos bien mayores tuvimos que aprender a lidiar con los sube y baja de la vida en la soledad de unas familias gigantescas. Aunque podía haber amor para todos, cada quien tenía que aprender a resolver por sí mismo muchas situaciones. Y esto mal que bien nos preparó para lo que venía. Ahora es común ver muchachos ya adultos a quienes la vida los cogió por sorpresa. Han crecido en un mundo irreal, donde aparentemente todo estaba resuelto. Y en ellos como que quedó grabado que las soluciones están afuera y son al instante. Basta un clic.
Gran error, porque soluciones a los asuntos principales de la vida no las venden y son además de la categoría personal e intransferible. Hay que trabajar con aplicación y paciencia para lidiar con un mundo al que no le importamos – ya que casi todo simplemente sucede, gústenos o no.
Vemos las cosas no como son, sino como somos, lo dijo Krishnamurti. Nuestra forma de ver los eventos de la vida la determina el mundo interior en que vivimos.
Hablando de la felicidad, en una entrevista a Jorge Luis Borges -ciego desde hacía veinticinco años-, le preguntaron sobre qué le pediría a la vida y él respondió que nada, que la vida ya le había dado todo: la humillación, las enfermedades, el fracaso, la pobreza, que son la materia prima de un escritor. Esa fue su respuesta.
¿Podrá haber una forma más digna y más bonita de abordar lo que nos trae la vida?