Dicen por ahí que estuvimos bien educados de niños, cuando en la edad adulta tenemos herramientas que nos permiten afrontar con valor y entereza la frustración frente a lo inesperado y por tanto doblemente doloroso. Decirlo es fácil, pero la prueba no es para nada sencilla, porque todos queremos ser exitosos, felices, bellos, reconocidos, y esa sensación de impotencia frente a las pérdidas de cualquier orden parecen quitarnos hasta las ganas de respirar. En esos momentos en que las cosas no están bien y no marchan como lo esperamos y necesitamos, vienen muy bien las oportunas conversaciones difíciles con quien corresponda, para hacer que la conversación segura y confiable sea el medio para lograr el ansiado entendimiento.
Muchos dolores pudiéramos evitar cuando hablamos de convivencia entre amigos o en pareja si no viviéramos tan convencidos de que lo que vemos, sentimos, opinamos o juzgamos es siempre cierto y verdadero, tanto para nosotros como para los demás. Olvidamos con mucha facilidad que vivimos en mundos interpretativos y por eso cada uno percibe desde su propio entendimiento de la realidad, desde su personalidad, temperamento y carácter. Por tanto, se ve distinto desde cada esquina y es por eso vital entrenarse en el conversar para no confundir lo propio con lo único válido y verdadero.
Cuando nos ponemos en los zapatos del otro, generalmente lo hacemos, como es apenas obvio, desde nuestros propios supuestos y fundamentos, y es por eso que acabamos casi siempre reforzando nuestra propia mirada. La verdadera empatía se da cuando dejamos en suspenso lo propio, lo seguro y lo conocido y nos aventuramos a intentar construir eso desconocido e inseguro que pasa con el otro. Esa es la verdadera complejidad humana: que frente a lo mismo todos reaccionamos y sentimos distinto; y es por eso por lo que todos merecen ser escuchados, ser tenidos en cuenta. Por lo anterior, casi siempre nos equivocamos al intentar juzgar las razones y motivos que difieren de los propios.
Cuando se tiene una mirada pobre y torpe del amor propio, este se puede confundir con la arrogancia; pero hay mucho de verdadera autoestima cuando somos capaces de pararnos sobre nuestras propias miserias, miedos y demonios y afrontar con valor los cambios que sean necesarios para hacer posible la vida armoniosa y placentera, no solo para nosotros, sino también para quienes nos rodean y crecen a nuestro lado.
Miremos el asunto desde otra perspectiva. El respeto absoluto por lo que piensa, siente y decide el otro representa un riesgo. El peligro es que, desde la perspectiva del otro, se lea como indiferencia, como desinterés. Es por eso que existen silencios que abrazan y acompañan y silencios dolorosos que se sienten como un abandono. Como quien dice que, con la mejor de las intenciones, por hacer bonito hacemos feo. Es necesario estar en alerta para no generar esas confusiones dolorosas y tan lejanas al legítimo deseo.
Nada dignifica más al ser humano que reconocerse imperfecto, frágil, vulnerable, incompleto y a la vez deseoso de mejorarse para ser más sabio, compasivo, bondadoso. Es la magia maravillosa de sentirse perfectible. Sin conversaciones difíciles y cara a cara con los que amamos, para mirarnos juntos y entre todos ayudarnos, será casi imposible construir relaciones armónicas, placenteras y duraderas como todos queremos y soñamos.
Se trata de una especie de des-aprendizaje, si fuera necesario para aprender a distinguir esas acciones, reacciones, hábitos nuestros que perturban a otros y nosotros ni siquiera percibimos. Es una especie de equivalente de lo que pasa cuando naturalizamos la violencia. Se trata de crecer respecto al entendimiento de que nuestro bienestar está muy atado al bienestar de los demás porque estamos conectados existencialmente.
Bertrand Rusell dice que “lo que pensamos que conocemos es lo que realmente nos impide aprender”; esa es la alerta para crecer en sabiduría respecto a convivencia y entendimiento. Para eso se requieren muchos y significativos esfuerzos y bastante claridad acerca del juego de relaciones entre lo muy innato del temperamento, lo más adquirido del carácter a lo largo de la vida y la mezcla de características y comportamientos de la personalidad. Comprender la relación entre esos tres aspectos y sus diferencias será vital para mejorar como individuos y poder tener relaciones interpersonales satisfactorias y saludables.
Se trata, entonces, de aceptar la gran diversidad de comprensiones e interpretaciones que parece separarnos irremediablemente, y así disponernos de la mejor manera a afinar la escucha para que la vida se resuelva conversando.