“No nos perturba lo que nos sucede, sino lo que pensamos sobre lo que nos sucede”,
Epicteto.
Vivimos en un mundo donde la verdad parece ser un pilar absoluto e inamovible. Pero, ¿es realmente así? Desde la política hasta las creencias personales, la verdad se nos presenta como una certeza incuestionable, una brújula que nos orienta en la vida. Sin embargo, si rascamos la superficie de nuestras convicciones, encontramos que la verdad no es tan sólida como aparenta.
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¿Es verdad o no es verdad? La mayoría de las personas creen que la verdad es algo externo, algo que existe más allá de nosotros y que solo necesitamos descubrir. Pero, ¿qué pasa cuando dos personas con experiencias distintas afirman tener verdades opuestas? ¿Cuál de las dos es la real? Aquí surge la primera grieta en la idea de una verdad absoluta: nuestra percepción es inevitablemente subjetiva.
Las ideologías, las religiones, las narrativas políticas y hasta nuestras emociones construyen lo que consideramos verdad. Sin embargo, cuando nos aferramos a ellas sin cuestionarlas, corremos el riesgo de convertirnos en prisioneros de nuestras propias creencias.
¿Podemos conocer la verdad con absoluta certeza? El estoicismo nos enseña que el sufrimiento proviene de cómo interpretamos la realidad, no de la realidad en sí misma. Pensamos que sabemos lo que es cierto, pero ¿y si solo estamos sosteniendo una versión de la verdad que nos limita o nos causa dolor?
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Imagine que alguien lo ofende. La primera reacción puede ser sentirse herido o enojado, porque cree que lo que esa persona dijo es verdad o, al menos, que tiene el poder de definirlo a usted. Pero si cuestiona esa creencia, si se pregunta si realmente esa ofensa dice algo sobre usted, se daría cuenta de que el problema solo persiste en la medida en que usted lo sostiene. La ofensa no tiene poder por sí misma; es usted quien le da significado.
¿Qué hay más allá de la verdad que nos estresa? Cuando dejamos de obsesionarnos con nuestras ideas de verdad, encontramos algo inesperado: libertad. Libertad de cargar con rencores innecesarios, de sufrir por expectativas irreales, de aferrarnos a pensamientos que solo nos desgastan.
El filósofo estoico Marco Aurelio decía que las cosas externas no tienen poder sobre nuestra mente a menos que les demos permiso. Entonces, si una verdad nos atormenta, ¿no será que nosotros mismos la estamos sosteniendo?
Piense cuántos problemas desaparecen cuando decides no tomarlos como una verdad absoluta. ¿Y si el problema nunca fue la situación en sí, sino la historia que contaste sobre ella?
¿Quién sería usted sin ese pensamiento? Si suelta la idea de que ciertas verdades son inquebrantables, ¿qué queda? Queda la posibilidad de reinterpretar la realidad, de elegir qué creencias le sirven y cuáles no. Queda la opción de vivir sin cargar con el peso de verdades que solo existen porque usted se aferra a ellas.
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La libertad no es la ausencia de reglas ni de principios, sino la capacidad de cuestionar lo que creemos cierto y soltar lo que nos ata innecesariamente. Porque al final, la verdad no es más que una construcción, y nosotros tenemos el poder de decidir cuál construimos y cuál dejamos caer.