La vivienda de los Villegas Santamaría es toda una reliquia de Manila. En la sala de recibo, Lilian surte al barrio de productos de primera necesidad.
La casa se mantiene intacta, tal como la construyeron en 1902 los abuelos María Pardo y Luis Eduardo Villegas, cuenta Javier Santamaría, uno de sus nietos, y quien hoy la habita en compañía de sus hermanas Lillian y María Eugenia, un sobrino, otra sobrina y el hijo de esta.
Fue hecha en bahareque, el techo en tapia. Pese al tiempo se conserva en buen estado, aunque en algunas zonas el deterioro es evidente, pero no hay con qué arreglarla, señala Javier, agobiado por los altos valores de los impuestos, la valorización, el predial.
En el solar y en el jardín posterior se encuentran sillas y otros artículos en madera que este hombre, con poco más de 70 años, talla en su oficio diario. Adelante, en el salón de recibo, y luego de pasar por tres habitaciones, instalaron hace algunas décadas una tienda, que no tiene nombre, para que Óscar, otro de los hermanos, tuviera un ingreso luego de pensionarse. Este murió y fue Lilian la que legó esa tarea.
Uno de sus productos estrella es el tinto. Lo anuncian en un cartel blanco, con letras negras reteñidas en marcador, pegado con cinta a la ventana en madera que da a la calle 14, frente a la Clínica Santa Ana. Lo piden, en su mayoría, quienes visitan este centro de salud.
Para pedirlo hay que asomarse por una ventana desde donde se ven al fondo una veintena de cuadros con fotos históricas de El Poblado. Hay varias de la iglesia de San José. También se divisa una despensa con productos de primera necesidad, una nevera, algunas bolsas.
Señala Javier que no son buenos los días para ellos. La competencia los ha aporreado, y por eso la despensa hoy está más vacía que de costumbre. A él solo le ha tocado asumir los gastos de esta vivienda que se extiende hacia adentro unos treinta metros. La tienda no está aportando mucho.
Quien la ve, esa tienda fácilmente puede ser la casa más antigua de El Poblado que aún se mantiene en pie. Y merecería otra suerte. La que anhelan Javier y Lilian, que siguen con terquedad esperando a que la necesidad de sus vecinos tenga alivio en sus despensas.
Por: Sebastián Aguirre Eastman / [email protected]