La tapetusa quiere pasar la resaca del estigma

Cual arriero alebrestado, este licor artesanal culebrea la difícil trocha de la normalización. Por ahora, tiene posada en la carta de bares y restaurantes que lo promueven como legado, ingrediente y maridaje.

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El diccionario de americanismos, publicado por la Asociación de Academias de la Lengua Española, define la palabra “tapetusa” como colombianismo y sustantivo femenino, que hace referencia “al aguardiente de contrabando o de fabricación casera, de mala calidad”. Contra tremendo lastre cultural, que junta lo ilegal con lo dañino, un par de emprendimientos carmelitanos viene dando la pelea.

Para la investigación de este artículo, agradecemos la colaboración de Santiago Agudelo y de Jonathan Agudelo Quintero, de Café Nuestro (Marinilla).

En un contexto más amplio, esta suerte de “salida del closet” para la tapetusa hace parte de un auge en la producción artesanal de bebidas espirituosas en la subregión, tal vez auspiciado por el boom económico y turístico. Decenas de marcas de cerveza artesanal, de fermentados de frutas, de hidromieles, se fabrican y ofrecen en, al menos, 16 municipios, según la Cámara de Comercio del Oriente Antioqueño.

Jeff Ruíz es director creativo de X.O., bar del Grupo Carmen, en El Poblado. Está convencido de las posibilidades de la tapetusa, pura o como parte de cócteles innovadores, con productos locales.

25 empresas de cerveza artesanal aparecen registradas ante la Cámara de Comercio de Oriente.

Es más, en el último puente de junio, es una joven tradición santuariana la celebración del Festival de la Chicha, que este año llegará a su octava versión. A diferencia de la chicha del centro del país, que se fabrica a partir del maíz, las de aquí provienen de frutas, como uchuva, mora, maracuyá y hasta aromáticas. A un mes largo del evento, 60 productores informales están inscritos. (Por razones logísticas, por primera vez, este evento se tuvo que reprogramar para el puente del 17 de agosto).

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Juan Camilo Rivera, junto a Jeff Ruiz y parte de su equipo. Don Efra es un producto tercerizado, re envasado y comercializado, con una marca con la cual Juan Camilo quiso honrar la memoria de don Efraín, su padre, fallecido en 2020. “He ayudado a los productores campesinos a mejorar su destilado”, según dice.

La tapetusa, desde Carmen de Viboral, quiere superar el estigma y ganarse un lugar dentro de los nobles destilados artesanales nacionales; “tiene todo el potencial para llegar a ser como el pisco o el tequila. O mejor, como el viche o el chapil, pero 100 % nuestro, de nuestra tradición campesina paisa”, dice Juan Camilo Rivera, quien comercializa tapetusa bajo la marca Don Efra (producto tercerizado).

16 empresas de “destilación, rectificación y mezcla de bebidas alcohólicas” cuentan con registro mercantil en Oriente.

Rivera comercializa tapetusa, destilada por terceros, a partir de panela pura de caña, en una vereda recóndita carmelitana llamada El Porvenir, donde nace uno de los ríos más hermosos y prístinos del mundo: el Melcocho. “Se llega luego de tres horas en carro y otras tres en mula. La calidad de los ingredientes, del agua (que es purísima), de la levadura que usamos, nos da una tapetusa excelente”.

Tapetusa Melcocho se puede encontrar en algunos negocios del Oriente antiqueño, los cuales exaltan la gastronomía y los ingredientes locales, como La Casa de Vero (El Carmen de Viboral) o Café Nuestro (Marinilla).

Precisamente, una de las proveedoras de Rivera, ha sido Andrea Orozco, oriunda habitante de la misma vereda, quien produce principalmente Tapetusa Melcocho, que en su etiqueta reza “Destilado que honra nuestras montañas”. Explica que su producto gusta “por su sabor y los grados de alcohol. También porque la macero con plantas como hierbabuena y limoncillo; y árboles maderables de la región, como el canelo y el comino, que dan un sabor dulce”.

40º de alcohol o más contienen las distintas versiones de tapetusa en esta subregión.

Ambos emprendedores, a su manera (una como productora directa y el otro como comercializador), aseguran que han contribuido a estandarizar una producción que viene siendo respaldada por establecimientos en el valle de Aburrá y en el mismo Oriente antioqueño, que le creen al potencial del cual habló Juan Camilo Rivera. Y claro, también lo distribuyen por cuenta propia, entre vecinos y amigos, clientes particulares, para acompañar guitarreadas o beberlo con cualquier excusa que bien merezca un brindis “por lo nuestro y con lo nuestro”.

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La producción sigue siendo limitada y artesanal. Las tapetusas Don Efra y Melcocho se comercializan en presentaciones de medio litro o 375 ml.

¿Denominación de origen?

Aunque la palabra “tapetusa” es reconocida como un colombianismo, también es cierto que se encuentra con más facilidad en las páginas de Carrasquilla, González, Vallejo o cualquiera de los panidas, que en escritores clásicos de otros departamentos. Los promotores de este destilado en el Oriente antioqueño insinúan que el difícil proceso de normalización, de tener éxito, podría lograr una denominación de origen para ese licor vernáculo. Alegan que, si bien su producción es una tradición arraigada en muchas poblaciones paisas campesinas, es en el Oriente antioqueño donde se preserva con especial celo, como en Guarne, El Santuario, El Retiro, San Vicente Ferrer o Carmen de Viboral. En la estandarización de ingredientes locales y del método productivo estaría la clave.

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