Al que le gusta le sabe, dicen por ahí. Y eso fue lo que me pasó cuando elegí el libro para llevar a la playa en mi descanso de fin de año. Generalmente elijo literatura y muchas veces releo textos que me encantan, como las cortas novelas de Álvaro Mutis o el infaltable El amor en los tiempos del cólera. Esta vez me decidí por algo más académico y que aportara a mi reflexión alrededor de los temas de convivencia y noviolencia. Resultó ser un libro de hondo calado, escrito por una gran activista norteamericana, la doctora en filosofía Judith Butler. El libro se llama La fuerza de la noviolencia y es una verdadera joya para crecer en entendimiento respecto a esa postura social y política que tanto necesitamos en tiempos de confusión, incertidumbre y polarización.
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La palabra clave para arrimarse a esa potente lección de humanidad no existe en español; habla ella de la dolorosa división entre las personas que merecen ser cuidadas, lloradas, protegidas y las que no entran en esa categoría. “Duelable” es el término.
Alrededor de ese concepto quiero reflexionar un poco de la mano de la luminosa Butler.
Ella nos advierte del peligro de sentirnos más obligados éticamente a defender la vida de las personas que hacen parte de nuestro círculo, aquellas que piensan como nosotros; una especie de círculo del yo donde pudiéramos legitimar gestos de violencia alegando autodefensa, un término ciertamente ambiguo. Pero los lejanos, así sean geográficos, sociales o culturales, merecen la misma atención y cuidado porque constituyen también esas relaciones del yo y estamos, ellos y nosotros, en absoluta interdependencia, lo que quiere decir que afectamos y somos afectados mutuamente.
Vuelve la académica, de manera también incesante, a la idea de igualdad de la dignidad como premisa para una filosofía de la noviolencia que no haga distinciones a la hora de actuar. Cuidar lo propio y defenderse de lo distinto lleva a toda serie de estigmatizaciones y malos tratos y, lo peor, encuentra justificación a la división entre personas y seres vivos que merecen ser protegidos y llorados en su pérdida y los que definitivamente no entran en esa clasificación y son una suerte de desechables. Ese llamado a la coherencia, en el hondo sentido de igualdad, prepara el escenario para el accionar humanizado, respetuoso, cuidadoso de la noviolencia.
La tarea, entonces, es no aceptar que existen vidas que no deben ser defendidas, cuidadas, protegidas, por muy distantes que nos parezcan en el espacio geográfico, en el conceptual o en las formas de vivir y pensar. Esa diferencia entre lo próximo y lo no próximo no es argumento ético justificable desde ningún punto de vista. Es lo que la filósofa Butler llama separar lo duelable de lo no duelable (aunque ya sabemos que ese término, con raíz en la palabra duelo, no existe en nuestro español, pero lo entendemos como lo digno de ser llorado en su pérdida, lo que merece luchar por ello). Eso de defender solo a los que son como yo, o reconocibles por mí, y no hacerlo con otros que parecen no tener lazos conmigo es lo que necesitamos superar para avanzar en una comprensión más respetuosa, que acepte las diferencias y se nutra de ellas en sentido de unidad.
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Entendemos entonces que los intereses políticos no pueden desconocer nuestros principios morales y legitimar lo impresentable, lo deshumanizante, lo violento, porque sería tanto como aceptar que algunas vidas son más valiosas que otras, que algunas no califican para ser lamentadas y defendidas, mientras otras están en mayor estatura y cuyo maltrato debe impedirse en cualquier circunstancia.
La vida política y social que organicemos debe tomar todas las precauciones para asegurar y preservar la vida, porque todas las vidas son igualmente dignas de protección. Butler lo llama “la radical igualdad de lo protegible”.
Se hace necesario también tener clara la idea de desigualdad que siempre ha existido para entender que habrá colectivos y comunidades mucho más necesitadas de esa protección de dignidad que requiere la noviolencia, como propuesta política y moral. La práctica de la noviolencia es algo más que no matar, es más bien una lucha incesante contra todas las formas de violencia, gran parte de ellas muy invisibles.
Esa presunción de igualdad debe convertirse en un principio de organización social para hacer posible que todos tengan acceso a lo que nuestro Héctor Abad Gómez llamó las cinco A: agua, aire, albergue, alimento y armonía.
En la lógica de la guerra, los objetivos políticos y militares no pueden ser el argumento para justificar como daño colateral la pérdida de vidas, la distinción entre vidas dignas de ser cuidadas de las que no lo son. El compromiso desde la noviolencia es con una igualdad radical, con la consideración de gran pérdida en todos y cada uno de los casos. Lo político tiene que estar incluido en lo ético, y tenemos obligaciones globales con el cuidado de nosotros, de los otros y del entorno, donde el yo y su pequeño círculo no sean lo valioso y digno de ser cuidado y defendido. Volviendo a Judith Butler en La fuerza de la noviolencia, estamos obligados a construir un mundo en el que todas las vidas sean sustentables. Ser capaces de sobrellevar la dificultad, la hostilidad, las penurias sin que se transformen inmediatamente en violencia.
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Habrá que volver mucho sobre las reflexiones de la académica y activista norteamericana Judith Butler para seguir aclarando ese escenario que nos permita hacer de la filosofía de la noviolencia una auténtica y útil práctica social y política para una mejor convivencia y ciudadanía.
Acercarnos a este texto permite entender a la noviolencia como fuerza no solo activa y efectiva, sino también colectiva, para hacer frente al falso supuesto de que la noviolencia es una postura ingenua, individualista y pasiva.