Empecé a practicar yoga durante la pandemia, me daba terror intentar pararme en la cabeza (había tenido un trauma en la columna cervical en el colegio que me marcó). Sin proponérmelo, la práctica física de yoga se convirtió en un impulso y una necesidad casi vital, pues me ayudó a travesar un proceso de enfermedad y cirugía en tiempos de confinamiento.
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Realmente, empecé sin expectativas, descubrí lo bien que me sentía y cómo iba a la vez encontrando lugares de mi cuerpo que no sabía que existían. Todas, absolutamente todas, las posturas me han costado muchísimo, he descubierto que lo lindo no es el resultado, sino el proceso, el camino, las pequeñas satisfacciones que solo son perceptibles para quien regresa al mat día tras día.
Asumí un compromiso conmigo misma, me puse por primera vez como mi propia prioridad, y me abrí a sentir todo lo que el presente me mostraba, decidí convertir el lugar donde practicaba en un espacio lindo, lleno de significado, con plantas, cristales y todo lo que vibrara conmigo. Tuve la fortuna de descubrir una maestra increíble de forma virtual (Ana Isabel Santamaría conocida como @yogalalma), quien me llevó a recobrar la confianza en mí misma.
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De pronto me atreví a hacer lo que me daba miedo, y aprendí a escuchar: las instrucciones con detalle, sin el piloto automático, y especialmente aprendí a escuchar mi cuerpo, descubrí una gran valentía, una fortaleza increíble, empecé a tener una relación sana con mi ser físico, a ver la belleza más allá de las formas, por primera vez me gusté a mí misma, me di cuenta de que estaba completa, incluso con la Marcela que antes se veía al espejo y solo encontraba defectos.
Fui viviendo mi práctica un día a la vez, me levantaba más temprano y me cumplía a mí misma, si no podía practicar durante la mañana, lo hacía en la noche. Fui poco a poco, haciendo una clase varias veces a la semana, notando los cambios, soltando el control y los resultados. Aprendí que después de caerme me puedo levantar, y lo puedo intentar de nuevo, así me vuelva a caer, una y otra vez. Mi motivación soy yo misma, y se siente bonito, entendí que no es egoísmo, es amor. Y como resultado fue cambiando mi entorno, mis pensamientos, mi forma de relacionarme conmigo misma y con los otros, he aprendido a cuidar mi energía y especialmente con quien la comparto.
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Hay días que me cuesta practicar, pero me cambio de ropa, desenrollo el mat, prendo una velita, pongo una clase de la página de Anaisa, y así me duelan los músculos por la tiesura, me quedo, no renuncio, así tenga que parar, tomar aire, así tenga que llorar porque me duele la vida, porque me atraviesan las emociones y mi propia historia. Me quedo con la respiración: inhalo y exhalo, de pronto pasa una hora, termino en savasana, y se siente tan bien, me siento viva, llena de gratitud, casi con un cuerpo nuevo.
Ni una sola vez me he arrepentido de llegar al mat, siempre descubro que es la decisión correcta. Claro que llegarán las posturas, se van a ver lindas para la foto, pero sobre todo mi alma sonríe. Esa es mi disciplina, se llama amor y es una fuerza poderosa que cultivo con autopráctica.