La marca Made in Prison trabaja con reclusos en la elaboración de sus manillas. Una historia que busca construir tejido social.
Cuando lofueron a visitar por primera vez, Juliana y Sara Zuluaga encontraron que su papá, un hombre de manos grandes que era conductor de camiones, había encontrado su libertad en la elaboración de pulseras inspirado en las técnicas artesanales de los indígenas del Cauca.
Llevaba preso ya algunos meses en Santander de Quilichao. “Eso lo tenemos que vender”, dijeron las dos al unísono. Pero la respuesta de su padre las dejó sorprendidas: “mejor vendan las que hacen mis compañeros”. Y les explicó que ellos las elaboran en prisión para que sus familias las vendan afuera.
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Con eso en la mente, trajeron a Medellín una caja llena. Y al final del mes, aún las tenían consigo. Las tuvieron que comprar todas con su propio dinero. Debían hacer algo más. Así nació Made in Prison, una marca de accesorios que quiere generar conciencia, recordarles a todos que la cárcel no discrimina, que no importan clases sociales, religiones o edad: “todos podemos acabar allí”, dicen.
Más allá de ser pulseras y manillas, es un intento por resignificar el tejido social. “Mi papá ha sido nuestro ejemplo. Desde el principio, no quiso esconderse, reconoció que cometió un error”. De la historia de su familia, Juliana y Sara saben que pueden enseñar algo, que hay una lección por aprender. “Quiso contar su historia”. Y ellas encontraron en la marca la forma de hacer visible a su papá y a otros reclusos del Cauca. “Ya empezamos también con personas de la cárcel de Bellavista”.
Más allá de comercializar, de enviar materiales y plantillas, Juliana y Sara hacen un trabajo integral para la reintegración de los internos con la sociedad. Ambas, de la Normal de Copacabana, son enamoradas de la pedagogía y han desarrollado metodologías para propiciar el pensamiento creativo. “Así no es solo una cosa de hacer, sino de crear, de pensar e ir más allá”.
Y mientras trabajan con los presos, también tienen el reto de sacar adelante su marca. Lo primero que pensaron fue en darle un valor agregado. “Contar la historia, decir dónde y quiénes hacen las manillas”, dice Sara. Y así han ido creciendo, contando con el apoyo de amigos cercanos que han donado tiempo y trabajo para que Made in Prison derribe barreras.