Es un fin de semana cualquiera, de cualquier mes del año y la senadora Andrea Padilla recibe el amanecer en un pueblo lejano de Colombia. Ha llegado hasta allí con John, su pareja, y su equipo de trabajo para apoyar una de las jornadas de esterilización de animales que la comunidad ha
organizado durante el fin de semana.
Ahí, sonríe, abraza, escucha historias o busca un hogar para algún animal abandonado. En alguna pausa del día, entrará a la red X para pedir ayuda a algún alcalde o autoridad. Horas después, agradecerá a quienes ayudaron a ese perrito que llevaba varios días amarrado y a la intemperie o a ese mono que regresó a la selva.
Cuenta que comenzó a trabajar por los animales, como voluntaria, a los 23 años (hoy tiene 46), cuando recibió una gatica llamada Mayo, que la inspiró a dedicarse a la protección y defensa de sus derechos. “Ella me abrió la compuerta a un mundo de ternura y compasión, pero también de
enormes sufrimientos e injusticias padecidas por los animales, que, hasta entonces, era desconocido para mí. Inicié como voluntaria de la Asociación Defensora de Animales y esa labor me fue poniendo en contacto con personas que me llevaron al mundo del activismo. Allí fui forjando un liderazgo que, sumado a mi gusto por el estudio (mi tesis de doctorado fue sobre el derecho de los animales en América Latina), me hizo entender la importancia de incursionar en política para trabajar en lo que hoy llamo: construir Estado para los animales”.

Cuando se le pregunta cómo mantiene la tranquilidad en medio de las historias de maltrato, responde: “Trabajando”. Esto lo logra gracias a “un equipo extraordinario con el que buscamos soluciones, gestionamos ayudas, empujamos a las entidades y fortalecemos a los grupos de rescatistas, proteccionistas, veedores y, en general, a la ciudadanía”. Este camino también le ha traído decisiones: “Elegí dedicar mi vida a los animales y esa decisión vino con renuncias conscientes, como la de ser madre de un ser humano, para dedicarles a los animales toda mi energía y mis recursos”.
Considera que de ellos aprendemos amor, ternura, compasión, solidaridad y justicia. “Ellos nos hacen mejores personas porque, en la medida en que aprendemos a respetar y a cuidar a un ser frágil, indefenso y vulnerable, como lo son todos los animales, tanto domésticos como silvestres, nos hacemos más sensibles a las necesidades de las personas”. Por eso, ya está trabajando en la próxima ley, una que ha llamado Empatía.