La lección de las guacamayas
Es un ejemplo, pequeño pero significativo, de que sí puede alcanzarse, o al menos buscarse, un equilibrio entre el desarrollo de la ciudad y la protección al medio ambiente
Estamos sorprendidos en Vivir en El Poblado con la respuesta que ha tenido el artículo publicado en nuestra edición anterior (520), titulado “Guacamayas paran proyecto”. El número de “me gusta”, de “compartir” y de “retuits” en las redes sociales, así como las llamadas y mensajes a nuestra sala de redacción, incluso desde el exterior, es muy superior al que habitualmente tienen los artículos en los medios de comunicación. Esto da cuenta de la sensibilidad que despiertan en la comunidad los temas relacionados con el respeto a la naturaleza y la protección a los animales.
Esta manifestación tan masiva de admiración ante la noticia de una constructora (Vértice y su proyecto Atenas) capaz de aplazar el inicio de una obra en aras de salvaguardar la vida de una pareja de guacamayas ara macao y sus dos polluelos, evidencia el desamparo y el cansancio que sienten muchos ciudadanos frente al ánimo de lucro de organizaciones privadas, que ponen sus intereses económicos por encima de las acciones en beneficio de la naturaleza y la comunidad. De ahí su sorpresa y agradecimiento por un hecho que rompe la regla, que se convierte en excepción en un lugar como El Poblado, que día a día ve caer, impotente, los bellos árboles que lo han caracterizado.
Es un ejemplo, pequeño pero significativo, de que sí puede alcanzarse, o al menos buscarse, un equilibrio entre el desarrollo de la ciudad y la protección al medio ambiente.
Qué bueno que la movilización por temas como este no sea un caso aislado, no se quede en anécdota, en un simple y pasajero compartir en las redes sociales, sino que genere la concepción, planeación y dirección de políticas públicas y privadas, normas que busquen la construcción de una ciudad biodiversa.
Esto sí que hace falta para El Poblado, donde la arborización y los animales silvestres –como las guacamayas y las ardillas– han sido uno de sus principales atractivos. Con frecuencia recibimos quejas por la tala incesante de árboles o la intención de hacerlo para construir urbanizaciones, sistemas de transporte masivo, centros comerciales, hoteles y un distrito financiero en este barrio. Hemos visto como, sin misericordia, algunas constructoras de proyectos talan árboles de manera arbitraria, por razones tan ruines como el que su proyecto tenga visibilidad y, por supuesto, se venda. Y lo hacen con permiso, se supone, de las autoridades ambientales. Eso no debe pasar más.
Algunos dicen que protestar por las talas de árboles “es una doble moral, pues la gente se queja cuando ya tiene su apartamento asegurado en El Poblado”. No. Lo que hay detrás de estas expresiones de inconformidad es un deseo profundo, una necesidad latente, no de frenar el desarrollo sino de crecer de manera ordenada, inteligente, y no como depredadores sin alma y sin visión de futuro.