El gozo es una intensa emoción surgida de algo que produce un gran gusto, aquello que genera felicidad. Platón y Aristóteles hablaban de la felicidad como una consecuencia de la bondad, la verdad y la justicia. De otro lado, para Epicteto, era el resultado de no buscar aquello que no se podía conseguir. Me gusta más la corriente griega, pues, poner atención a la virtud es algo que se acerca a una idea de felicidad. Pero ¿qué pasa si una persona se enmarca en lo bueno, lo veraz y lo justo, pero por ser sexualmente diversa pareciera no ser virtuosa a los ojos de muchos? Esto es lo que pasa cuando se tiene una condición LGBTIQ+, que pareciera controversial gozar de un derecho o experimentar felicidad.
Como persona no binaria he percibido desafíos y oportunidades que, desde el liderazgo público, pueden incidir en la inclusión y la equidad. Mencionaré tres de ellos. Primero, la falta de visibilidad y representación de las personas sexualmente diversas en las esferas de poder. A menudo, se espera que permanezcan en lo privado, relegadas de lo público. Es aquí donde lxs líderes públicxs pueden establecer el compromiso de promover la visibilidad y la representación en todos los niveles de gobierno y toma de decisiones. Segundo, promover una educación que fomente el respeto y la empatía hacia todas las identidades y orientaciones sexuales. Es imperante que en los entornos escolares se creen espacios seguros y libres de prejuicios; es en la escuela en donde se establecen las bases para el desarrollo y la aceptación de futuras generaciones. Aquí, se debe superar el miedo a la diferencia y abogar por una educación integral que incluya la diversidad sexual y de género en los planes de estudio.
Finalmente, el reto de crear leyes y políticas inclusivas que permitan el gozo de los derechos y el fomento de una sociedad que sea habilitadora de estos. El acceso a salud, empleo, educación y vivienda de calidad deberían ser los mínimos de esta garantía; se debería tratar también del derecho a la ciudad, a la familia, a un futuro sin miedo, que permita ilusionarse con vivir, caminar por las calles y ocupar espacios sin prejuicios, sin violencia, sin desconocimiento; vivir con orgullo de ser quien sé es, de habitar y ser parte de este espacio y no solo vivir un mes del orgullo lleno de banderas multicolores, que luego acaba en rojos de violencias, en grises de desconocimiento y en negros de cuerpos que nunca más suspiran, porque ya no tienen aliento de vida. Está en lxs líderes públicxs mantener los colores vibrantes cada día del año y esto se logra con voluntad.
A medida que celebramos el mes del orgullo recordemos que el camino no se detiene con dicha celebración, sino que requiere un compromiso constante.